Opinión
¿Un virus casual?
Me pueden llamar cualquier cosa menos conspiranoico. Amo el empirismo. No creo en las teorías ésas que juran y perjuran que Hitler escapó al sitio del búnker de Berlín, que Elvis vive, que Armstrong jamás pisó la luna, que los atentados del 11-S fueron premeditados por el Gobierno de EEUU y que la tierra es plana como sostienen algunos pirados de moda. Soy de los que opinan que en el 99,9% de los casos las cosas son lo que parecen. Y consecuentemente ni yo ni nadie puede afirmar incontrovertiblemente que el coronavirus haya sido creado en un laboratorio por la dictadura comunista china. Claro que de un régimen tan brutal como el que preside Xi Jinping se puede esperar cualquier salvajada por inverosímil o cruel que parezca. Hay que recordar que esta tiranía tortura por sistema, ejecuta sumariamente a decenas de miles de personas todos los años, está más preparada que nadie para la guerra bacteriológica y persigue con saña la libertad de expresión. Que se lo digan a Ai Weiwei, el genial artista y defensor de los derechos humanos que se tuvo que exiliar en Reino Unido para evitar males mayores. Pero así, a bote pronto, me sobrevienen muchos interrogantes. ¿Si no se creó artificialmente el covid-19, que científicamente parece que no, pudieron las autoridades del gigante asiático liberarlo deliberadamente? Cabe recordar que el gran centro de investigación chino de enfermedades peligrosas se halla en Wuhan. Sea como fuere, llama la atención que el SARS anterior, el de 2003, se circunscribiera a China y que esté se haya diseminado por todo el planeta, que aquél causase la muerte de 800 personas y el de ahora sume ya más de 40.000 y que el actual no haya tocado prácticamente el gran centro político (Pekín) ni la capital económica (Shanghai). O que la letalidad en el país emisor de esta nueva versión sea tres y cuatro veces inferior a la de España e Italia. No olvidemos tampoco que esta pesadilla irrumpió en nuestras vidas cuando Trump ganaba la guerra comercial a Xi Jinping con 200.000 millones de dólares de vuelta a EEUU. Y ahora mismo Occidente está patas arriba camino del default mientras las fábricas y las bolsas chinas han vuelto a tomar velocidad de crucero. Lo único que está más allá de toda duda razonable es la respuesta a la pregunta ciceroniana: “Qui prodest”?, ¿a quién beneficia todo esto?
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