Opinión

Los viejos primero

Los viejos nos hemos convertido en las víctimas favoritas del coronavirus chino. Eso dicen las negras estadísticas. Lo peor es que muchos que no han llegado aún a esa venturosa etapa de la vida llena de achaques y recuerdos, que para Borges es el tiempo de nuestra dicha y para Rousseau, el de practicar la sabiduría, parece que respiran aliviados ante la inquietante noticia. Piensan que es preferible que les toque la china a los viejos, que tienen ya poco que hacer en esta vida y que, además, son una carga para la Seguridad Social. Falta poco para decir que estorban. Me imagino que no es verdad, como se ha difundido, que haya habido médicos de tan abyecta condición moral que, en caso de tener que elegir a quién salvar, en el angustioso dilema, hayan dejado morir al más anciano como un perro, sin un respirador, a pesar de ser el más necesitado. Cuando pase todo esto, esos casos, si los ha habido, deberán ir al tribunal profesional de ética y a los tribunales ordinarios.

El cuidado y la atención a los mayores, que deberían tener absoluta preferencia en el sistema de salud, entre otras razones, por ser los más vulnerables, miden el nivel de desarrollo ético de un pueblo y su calidad humana. La vida es indivisible y no vale más una vida que otra, pero es evidente que, en general, la vida de los mayores tiene más peso específico. Entre los innumerables mensajes de estos días por «guasap», he recibido uno firmado por José Manuel Navarro, de Villafer (León), que no me resisto a reproducir: «Se mueren. Se está muriendo la mejor de las generaciones, la que, sin estudios, educó a sus hijos, la que, sin recursos, los ayudó durante la crisis. Se están muriendo los que más sufrieron, los que trabajaron como bestias, los que han cotizado más que nadie. Se mueren los que pasaron tanta necesidad, los que levantaron el país, los que ahora tan sólo deseaban disfrutar de los nietos. Se están muriendo solos y asustados, apurando su aliento sin la ayuda de un mísero respirador. Se van sin molestar. Se van sin un adiós, los que menos merecen irse».

La vejez, como dice Elías Canetti en «El suplicio de las moscas» incrementa el valor de la vida. Un argumento más para hacer este llamamiento desesperado a favor de los mayores de mi generación. Si todo esto no bastara, si se ha perdido la ancestral veneración, sólo nos queda el alivio de la piedad.