Opinión
Testigo
¿Por qué le cuesta tanto a Pedro Sánchez levantar el teléfono para llamar a Pablo Casado? ¿Por qué, también, le cuesta tanto responder a la pregunta anterior? Siempre que se la hacen, cambia de tema y despista para no responder. Dado que el presidente, que es quién hubiera podido, se niega a explicarnos sus razones, no me queda más remedio que aventurar una hipótesis.
Como toda ideología que se ha desviado hacia el populismo, el sanchismo es capaz de exagerar, deformar, falsear, reducir al absurdo y ridiculizar el conjunto de ideas que precisamente trata de defender. Con tal de contrastarse a toda costa del adversario político (al que, sin dejar de despreciar, convierte de una manera inconsciente en testigo necesario de su contraste) lo que hace es terminar estableciendo, sin darse cuenta, cierto grado de sumisión con él.
Es interesante como Sánchez vive la paradoja de, a la vez, aborrecer la presencia del contrario y necesitarlo como garante y demostración de su diferencia. Le pasa tanto con un Pablo como con el otro. Más con Casado que con Iglesias. En cierto modo, su miedo a levantar el teléfono es un efecto de su resistencia a aceptar que quién se obsesiona con su contrastado, con diferenciarse de los demás (como les pasa también a los supremacistas), termina siendo cautivo de quien ha elegido como contrario. Este se vuelve juez y testigo, vara de medir, de su supuesta diferencia. Sánchez quiere hacernos creer (y creerse él mismo) que su Némesis imaginaria se llama Vox. Pero sus actos demuestran una y otra vez que los testigos de su manera de contrastarse llevan los dos el mismo nombre de pila. Y le están achicando los espacios de tal manera en el terreno donde quiere moverse, que pronto será difícil para él diferenciarse cabalmente de uno o de otro según las medidas que adopte. Si la situación no fuera tan grave como para exigir mostrar capacidad de consensos de una manera perentoria, hasta haría gracia ver ese espectáculo. Un hombre que aspira a mandar, primariamente bloqueado por sus ansías de contraste hasta el punto de tener problemas locomotrices para levantar un teléfono. Quizá lo que más teme es que al otro lado de la línea le espere la realidad.
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