Opinión
Dublineses
No cabe duda de que James Joyce fue un genio de las letras. Todos hemos oído hablar de «Ulises» como su obra maestra. Pero si, a causa de esa fama del libro, han creído ustedes que debían leerlo por obligación, permítanme el atrevimiento de decirles que han cometido un error. El «Ulises» es una obra juguetona, enormemente literaria, a la que hay que acercarse como un gato a un ovillo, dándole tientos casi en broma, faltándole al respeto, picoteándola hasta aficionarse. Una vez familiarizado, se entra en ella con facilidad y se saborean sus múltiples sentidos. En caso contrario, puede resultar farragosa, aplastante, emocionante pero indigesta debido al exceso de especias con la que su autor tuvo el capricho de sazonarla. Y es que en ella Joyce quiso poner todas sus dotes en marcha y se le fue un poco la mano. Si lo que verdaderamente desean es paladear el Joyce más decantado, les recomiendo un pequeño libro de cuentos al que puso de título «Dublineses», en particular un relato titulado «The Dead», en el cual John Huston se basó para hacer una hermosa película.
En estos días, que tristemente vemos desaparecer personas queridas a nuestro alrededor (dejando un hueco en nuestras vidas no solo en el presente, sino en el futuro más inmediato de los agradables ratos que nos esperaban con ellas) la lectura de «The Dead» es todo un responso, una oración de amor y respeto. La digna insignificancia de sus protagonistas, la grandeza de sus emociones contenidas, hacen que «The Dead» (y más en circunstancias como las que nos rodean) sea una obra maestra de James Joyce. Después de conocer esa voz del autor, uno ya sabe de lo que es capaz ese escritor y entra en «Ulises» con paso tranquilo, de lo cual se beneficia el mítico novelón. No se trata de que «The Dead» sirva de consuelo para los fallecimientos cercanos. Es algo más sutil y misterioso. Es como si tuviera la capacidad de caminar a nuestro lado en letra durante esas fases de duelo y aceptación de la que tanto hablan hoy en día las jergas de los psicólogos. Solo por esa noble y enigmática tarea ya valdría la pena su lectura. Razón por la cual me gustaría que esta columna caminara también dedicada a la memoria de Regina Múzquiz.
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