Opinión
Entusiasmo afectivo
En cuanto se levantó parcialmente el arresto domiciliario, lo primero que hice fue irme a saludar al monumento a Chesterton que hay en mi pueblo. La localidad donde resido debe ser una de las pocas que tiene un homenaje en piedra a mister G.K. en su paseo marítimo. Chesterton gustaba de venir a disfrutar las primaveras litorales de nuestro municipio y así terminó haciéndose conocido en el lugar. En su primera visita, se quedó sorprendido de las ruidosas muestras de afecto (besos, abrazos, caricias) que los indígenas del Mediterráneo solíamos intercambiar entre nosotros. Le llamó la atención en particular cómo los niños, cuando descubrían a sus progenitores a cien metros, se lanzaban a todo correr por el paseo marítimo para abrazarse a sus piernas. Y es que Chesterton provenía de Inglaterra, lugar donde los progenitores tienden a relacionarse con sus hijos de una manera muy parecida a como lo hace un gato con su proveedor de «whiskas». Yo en cambio, como buen nativo, de pequeño me lanzaba en loca carrera hacia las rodillas de mi abuelo. Todavía puedo visualizar su esperada carcajada cuando llegaba salvajemente al punto de impacto.
Al crecer aprendí, sin embargo, que la consideración de esas muestras de afecto variaba según el lugar en que se recibieran. En mi tierra, las catalanas del sur tenían un concepto de mí como galán en general relativamente poco tocón, mientras que las vascas, ante el mismo comportamiento, me trataban como si fuera un pulpo susceptible de ser acusado de violación óptica. A grandes rasgos, los humanos poco inclinados a manifestar en público sus sentimientos, quedan siempre un poco impresionados por estas efusiones. Pensando en ellos, me he planteado si no deberíamos abstenernos un poco, después de tantas semanas, de tanto video casero de ánimo y felicitación con los que inundamos las redes. Estoy a favor de la alegría, pero quizá podríamos empezar a esforzarnos en buscar y seleccionar noticias animosas que no tengan que ver con el coronavirus, en lugar de insistir en el formato homenaje, a veces conmovedor, pero otras no tan logrado. Contengamos el entusiasmo sentimental. La ironía y vitalidad de Chesterton lo habrían agradecido.
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