Opinión
Y ahí sigue Simón
Así como el Rey Midas convertía en oro todo lo que rozaba su augusto dedo, Soraya Sáenz de Santamaría destroza todo lo que toca. Por desidia del number 1, la vicepresidenta tomó las riendas ideológicas de un grupo político que había logrado mayoría absoluta, lo travistió y lo acabó convirtiendo en el partido de oposición que es hoy. Una de sus «genialidades» fue poner a Fernando Simón a dirigir el gabinete de crisis contra el ébola en 2014. Como es habitual en ella, optó por un adversario ideológico, por alguien más próximo a Podemos que al PP. Lo normal en alguien sin principios. Y convirtió a una medianía de la Epidemiología en una estrella mediática que acabó creyéndose el personaje. Cuando se desató la alarma del coronavirus, Sánchez e Iglesias, tipos sectarios donde los haya, no lo dudaron y eligieron al zaragozano. Éstos sí que lo tenían claro: «Es de los nuestros». Lo importante no era su altura científica sino su fidelidad a la causa. Con este individuo, educado en el Opus Dei, Sánchez no tendría «pesadillas», harían lo que quisieran con él. Las consecuencias de anteponer el rigor ideológico al científico han provocado un desastre sin precedentes: somos el país con más decesos por habitante del mundo, tal y como señalan fielmente todas y cada una de las estadísticas. Este frívolo apuntó el 31 de enero que España sería territorio franco en Covid-19: «No vamos a tener más allá de algún caso diagnosticado». «Si hay transmisión», apostilló, «será muy limitada y muy controlada». El 23-F enfatizó, campanudo él, que «ni hay riesgo, ni se está transmitiendo la enfermedad». Para entonces, el virus andaba despendolado. Cinco jornadas después, aseguró que «la contención está funcionando» y nueve más tarde se lució con una frase que le marcará de por vida: «Cerrar los colegios no reduce los contagios sino que los aumenta». El 8-M fue el colmo de la infamia: alentó una bomba biológica que multiplicó exponencialmente los contagios y los muertos. «Si mi hijo me pregunta si puede ir, le diré que haga lo quiera, deseo que la manifestación sea un éxito». Hoy, cuarenta y tantos mil fallecidos después, ahí sigue devorado ya por su propio personaje. En un país serio estaría destituido hace dos meses y procesado por negligencia. La gran pregunta es cuántas miles de vidas se habrían salvado si le hubieran cortado las alas a tiempo.
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