Opinión
Allá arriba
Lo escribía Eugenio d’Ors, ya en 1948, en el diario «Arriba»: «La europeidad es accesible. Pero no lo es sin condiciones». Habían pasado entonces menos de cuatro años del fin de la segunda guerra mundial y todo el mundo lo tenía ya clarísimo. No creo que hoy en día esté menos claro. Todos sabemos que para el futuro de la Unión Europea es esencial una respuesta conjunta para la crisis económica que se nos viene encima. Todos sabemos también que, de no llegar a un acuerdo, la población empezará a verla como un mecanismo inútil, superfluo, un simple refugio de burócratas de clase alta; lo peor en tiempos de populismo. Por último, sabemos también que la ausencia de ayudas donde primero mostraría sus efectos (y lo haría con más crudeza) sería en las economías del sur. Por tanto, hay que llegar a un acuerdo y, para hacerlo, hay que tener presente inexcusablemente los tres parámetros anteriores.
No vale hacerse el chulo ni ponerse estupendo. De teatralizaciones inútiles ya hemos andado sobrados en las controversias regionales que se han dado en nuestro país. No hay más cera que la que arde. No puedes ponerte chulo con aquel al que luego vas a pedirle dinero. Ya ven el triste estado en que se encuentran los regionalistas catalanes (radicalizados, huidos y peleados entre sí) por haber ignorado esa evidencia. Y eso que ellos tienen a su favor la fuerza mínima para chantajear a los gobiernos débiles gracias a la suerte de la aritmética electoral peninsular y la mala cabeza del socialismo último. Pero en Europa no existe siquiera esa posibilidad. Hay que entenderse usando la buena voluntad, visualizando claramente que un desplome de los mercados del sur resultaría más caro a la postre que ayudarlos financieramente. Con ese panorama es perfectamente comprensible que quieran poner condiciones. Cada país tiene sus propios populismos y sería fácil hacer crecer allí la idea de que el sur nos roba. De lo único que se trata, para bien de todos, es de que las condiciones sean lógicas y sensatas. Si tuviéramos mejores números en la gestión del Covid, podríamos ponernos exigentes. Pero, con este desastre de gestión e imprevisión realizado, me temo que nos vamos a tener que callar la boca.
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