Opinión
La rebelión de las masas
En 1994 apareció «La rebelión de las elites» un libro escrito por el pensador conservador norteamericano Christopher Lasch. Se publicó en España poco después y no vendría mal que se reeditara. Evoca «La rebelión de las masas», aquel ensayo en el que Ortega, un aristócrata más conservador que Lasch –aunque por esnobismo y apocamiento no lo confesó nunca–, había diagnosticado la irrupción de un nuevo sujeto destructivo en Occidente. Lasch, en cambio, afirma que desde 1970 se había producido una revuelta de las elites contra la cultura que hasta ahí había constituido el fondo de nuestra civilización. Hoy la rebelión de las elites ha triunfado y con ella sus posiciones corrosivas y antisistema. A esas elites les han deparado privilegios y beneficios sin cuento. Demoler, bajo la apariencia de remar contra corriente, lleva recibiendo todos los parabienes del poder político desde hace medio siglo.
Uno de los objetos de animadversión preferidos por estas elites triunfantes ha sido la idea nacional. Y, ni que decir tiene, sus símbolos, considerados una vulgaridad con la que sólo pueden identificarse seres un poco primitivos. Seres como los que estos días se manifiestan por toda España. Lo hacen, bandera en mano e himno nacional cerca, para defenderse del ataque que están recibiendo por parte de un Gobierno que los trata como súbditos. El libro de Lasch lleva por subtítulo «La traición a la democracia». Aquí, como sabemos, ocupa el poder una minoría aliada con separatistas y filoterroristas.
Estos movimientos de resistencia no son nuevos. Los vimos con Rodríguez Zapatero y cuando el intento de acabar con España y la Constitución, en 2017. A pesar de su profundidad, los partidos políticos no supieron aprovecharlos para fundar algo sólido. Hasta el punto que esos mismos movimientos, que buscaban una alternativa a la visión progresista del mundo –la de las elites contra las que se rebelaban– llegaron a provocar la ruptura del centro derecha. La encuesta que ayer publicaba LA RAZÓN sugiere que estamos muy lejos de haber revertido el proceso. Sube el PP, percibido como un refugio, pero no como para desbancar al PSOE ni como para volver a liderar el conjunto del centro derecha. Los afanes del día a día son inaplazables, pero lo otro, las ideas y las propuestas de fondo, no lo son menos. De hecho, son lo único que permitirá cambiar la situación. Sin alternativa cultural, no habrá nada.
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