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Opinión

Subsidiados y republicanos

Una parte del Gobierno prefiere creer a Corinna y a Villarejo antes que al rey Juan Carlos», apunta Javier de Ybarra e Ybarra, quizá uno de los intelectuales españoles más originales. Hijo de Javier de Ybarra, consejero del Banco de Vizcaya, presidente del grupo Correo y de Babcock Wilcox, asesinado por ETA en 1977, es autor de «Nosotros, los Ybarra», una monumental historia de la industrialización del País Vasco con el hilo conductor de la familia Ybarra. Abarca desde 1744 hasta 1902 y tiene pendiente la publicación de la segunda parte, siglo XX, en la que la aparición de familiares vivos y amigos personales mantiene al autor atrapado en una duda hamletiana sobre si publicarla o no. Javier de Ybarra, gran anfitrión que frecuenta a muchos de los actores de la economía y la política, es también un analista, fino y heterodoxo de la actualidad. Escribe, con regularidad pero sin periodicidad fija, sus «perritos calientes», reflexiones de distribución restringida, pero de influencia notable y leídos, a veces con una sonrisa y otras con incomodidad, incluso de los despachos más notables.

Ybarra defiende que miembros del Gobierno quieren sacar de la Zarzuela al rey emérito, «no dejarle tranquilo ni a sol ni a sombra, deteriorar la imagen de la Monarquía» y tentar a la sociedad con la República y su simbolismo igualitario «sin hacer concesiones ni a la presunción de inocencia, ni a la separación de poderes que ideó Montesquieu». Añade que tildarán a Montesquieu de «barón francés, oligarca y gran propietario de viñedos en La Brede, un marqués de Griñón con muchos conocimientos librescos». Percibe que la actitud de los vicepresidentes Calvo e Iglesias, con declaraciones que casi son sentencias sobre el rey emérito, pone en solfa la libertad porque arrinconan a la separación de poderes, todo adornado con «un discurso exagerado sobre la igualdad, el enemigo de la Monarquía para ellos». Sánchez e Iglesias soñaban con subsidios europeos sin condiciones en lugar de préstamos. Pedro y Pablo, dice Ybarra, serían «admiradores del ‘Banquete’, de Jenofonte», apología de Sócrates sobre una República ideal. En esos diálogos, Carmides, afirma: «estoy contento a causa de mi pobreza. Cuando era rico, estaba obligado a cortejar a los calumniadores. Desde que soy pobre tengo autoridad. Ahora soy un rey, antes era un esclavo. Pagaba un tributo a la República; hoy es ella quien me alimenta». El autor de los «perritos calientes», y no es el único, llega a una conclusión inquietante: «Nos quieren subsidiados y republicanos». No lo dice él, pero una sociedad subsidiada –y sus votos– y por eso empobrecida se puede controlar con promesas y ayudas como el Ingreso Mínimo y otras parecidas que Europa no pagara. Es la penúltima esperanza de Iglesias, envuelta con un lazo antimonárquico ajustado, quizá por oportunismo inconsciente, por Carmen Calvo.