Sociedad
Habeas corpus ya
Resultaría interesante saber por qué la estupidez ajena nos parece divertida o al menos algunas veces
Seguramente lo habrán visto ya por internet. En Vinaroz (Castellón), una ciudadana graba indignada a un policía local que se dispone a multarla por no llevar la preceptiva mascarilla. Esta replica que tiene un documento que la exime y que está validado por una autoridad, por ella misma. Lleva el DNI caducado y encima las firmas no coinciden. El agente trata de mantener la calma y decirle a la señora que ese documento vale un poco menos que un título de periodismo y que de la multa no la libra nadie. Ella sigue grabando y defendiendo que «no es una persona sino un ser humano» mientras está a punto de ser sancionada e invoca, como un conjuro: «¡Habeas corpus! ¡Habeas corpus, ya!». El policía resopla y le comenta que ha visto demasiadas películas. Y procede a sancionarla.
Lo que resulta más llamativo es que la mujer, la única que realizó y poseía el vídeo, lo difundiera para denunciar el abuso que había sufrido. Hay personas tan incompetentes que no son conscientes de su incompetencia y se van sumergiendo en el mar del ridículo. O, dicho de otra manera, cuanto más tontos somos, más listos nos creemos. No es siempre así. Mi amiga Nuria, que trabaja de abogada en el turno de oficio en Barcelona, me ha contado muchas veces que sus clientes, del perfil sospechoso habitual, le piden enseguida un «Corpus Christi» para ser puestos en libertad pasadas 72 horas. Son, más que hampones, golfillos iletrados que no se saben el nombre del sortilegio pero sí cuándo se aplica y cuándo no el «Habeas corpus». Casi es preferible a un pícaro con el código ético del granuja que a un iluminado sin frenos.
Los místicos españoles, por cierto, eran mal vistos porque hablaban directamente con Dios, sin los intermediarios de la Iglesia y de sus pastores. Hoy en día en España no quedan muchos místicos pero hay gente a la que parece que las líneas de sus diálogos se las ha escrito Berlanga o José Luis Cuerda directamente, sin la intervención de sus cerebros. Por cierto que resultaría interesante saber por qué la estupidez ajena nos parece divertida o al menos algunas veces. La mujer del comienzo pronunció el latinajo creyéndose más lista que el Policía y se obcecó en su majadería hasta las últimas consecuencias, y eso no es gracioso pero tiene un irresistible atractivo. Los necios, como Ignatius Reilly, creen que el mundo conspira en su contra, que estamos todos sumidos en un inmenso error y ellos escriben el manual de «teología y geometría» que nos traiga la redención. Firmado al dorso. En todo caso, y pese a nosotros mismos, quizá no lo estamos haciendo todo tan mal. Los rebrotes son tan descorazonadores como inevitables. Sabíamos que iba a pasar. Lo que no nos imaginábamos es que fuera por el comportamiento ignorante e irresponsable después de lo que hemos vivido. Solo esperamos que quien escriba los siguientes capítulos de este verano no sea Valle Inclán, sino alguien un poco más aburrido y cabal.
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