Opinión
«Patria»: lo que duele ETA
Detrás del ruido por el cartel de la serie de HBO «Patria», reflejo, esperemos, del libro de Aramburu, se vislumbra una certeza. La historia de ETA no está cerrada. Tanta sangre ha ido a parar al armario de las historias viejas en el que las víctimas se lamen las heridas mientras pasean por las aceras del mal pasacalles a modo de burla. Aramburu consiguió ese retrato en el que levantó el empredrado bajo el que clamaban voces de otro mundo, aunque estaban allí mismo. Ah, el relato. El escritor hizo el suyo pero la verdad oficial conserva en las vitrinas a héroes que en realidad son villanos y a víctimas que parece que dan la lata. Mejor olvidar aquellos muertos, que son necesarios unos votos para una Legislatura. Ningún partido de los llamados nacionales les ha hecho justicia. Los españoles que tuvimos la suerte de no pasar cerca de un coche bomba, los que no aparecimos en la diana, tampoco los honramos como se merecen. Tiramos ese fardo de memoria porque había que seguir navegando. Solo que llegamos a puertos fantasma con un viento difunto que silba nuestros pecados. Ahora nos indigna el cartel de la HBO por equidistante. Lo que éramos cuando mataban por cientos. Una marea hipócrita alcanza esta playa del bombardeo tuitero donde ya no queda nadie a quien matar. Lo primero, examen de conciencia. Si los publicistas de HBO se han atrevido a tamaña aberración es porque les hemos dejado terreno para el escándalo fácil. Han hecho su trabajo de manera formidable. Ayer no se ladraba de otra cosa, pero hoy, en los dormitorios de las víctimas, seguirán aullando las pesadillas. La política putera continúa en sus burdeles de invierno. Los nombres de los caídos deberían recitarse en el colegio. Eso es la memoria histórica, la auténtica, no ese espejismo de mala baba que trajeron los socialistas y que ahora tiene a Martín Villa como protagonista de los crímenes del franquismo. Del friquismo será. No hay quien entienda cómo se desvanece el murmullo de unos muertos a la vez que otros deambulan con megáfono. El cartel de «Patria» no existiría sin nuestro consentimiento moral y ese saludo que nos manda Otegi como si fuera Lady Di paseando en carroza. Esto no se arregla con una suscripción menos a HBO sino dándose de alta en el bando de la verdad. Solo hay uno. Y hay que elegir.
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