El canto del cuco

El cónclave más esperado

Ningún dirigente político alcanza un reconocimiento parecido, tal autoridad moral y semejante capacidad de arbitraje.

Este cónclave ha suscitado un interés universal, el más intenso que se recuerda. En gran parte ha contribuido a ello la personalidad de Francisco, el papa difunto, que, además del mundo católico, había conseguido, puede que con más devoción, el aprecio de la descreída izquierda laica. Sus funerales fueron una demostración de ese respeto universal logrado por el líder de la Iglesia católica. Ningún dirigente político alcanza un reconocimiento parecido, tal autoridad moral y semejante capacidad de arbitraje. El relevo ocurre además en un momento de grandes avances científicos, cambios históricos profundos, fuertes tensiones internacionales, pugnas ideológicas y graves amenazas. Justo cuando una ola conservadora invade el mundo occidental. Es normal que, desde ese espacio laico y, en gran parte, religiosamente indiferente u hostil, se esté muy pendiente del rumbo de una organización de 1.406 millones de miembros, según las últimas estadísticas. Los Gobiernos han hecho sus apuestas y los más poderosos han tratado de influir en favor de sus intereses. Lo mismo han hecho los medios de comunicación más ideologizados.

La expectación crecía también en el mundo católico, donde la figura del papa Francisco resultó controvertida por su peculiar estilo que algunos consideraron demasiado político y hasta populista y otros lo apreciaban con entusiasmo como estrictamente evangélico. Los primeros esperaban con ansiedad un cambio para recuperar la firmeza doctrinal, que consideran debilitada mientras avanza la increencia, y los otros confiaban en que el nuevo papa mantuviera la apertura de la Iglesia al mundo moderno con espíritu misericordioso, acercándose a las fronteras de la fe y de la humanidad desvalida, y con las reformas internas que demandan los nuevos tiempos.

Dentro del colegio cardenalicio, encargado de elegir al nuevo Papa, la división que se dibuja desde fuera entre conservadores y progresistas es mucho más matizada. Todos los cardenales del cónclave son conservadores en materia dogmática y moral; las diferencias están en la forma de relacionarse con el exterior y en la actitud personal y estilo de comportamiento ante posibles reformas internas. ¿Se puede bendecir a una pareja homosexual? ¿Se le debe negar la comunión a un divorciado? ¿Qué hacemos con el celibato obligatorio de los curas? ¿Cómo incorporar a la mujer de lleno a la vida de la Iglesia? ¿Hay que salir a la calle o quedarse en la sacristía? No es poco. Estas cosas levantan pasiones y marcan diferencias. Pero a la hora de elegir al nuevo papa lo que se busca es un hombre profundamente piadoso, bien formado teológicamente, con capacidad de gobierno, conocedor de la realidad y con acreditada inteligencia emocional. Nada más.