Nuevo pontífice

Parresía
Juan Pablo II ayudó a la caída del muro de Berlín. Benedicto XVI recuperó el carácter intelectual de la Iglesia. Francisco intentó hacer justicia con las víctimas de pederastas religiosos y abrir por primera vez otras puertas, pero queda tantísimo por hacer...
¿No os parece fascinante que millones de personas podamos estar pendientes, durante días, del color del humo que sale de una pequeña chimenea de hojalata? Claro que no se trata de una chimenea cualquiera: Adorna el tejado de la imponente Capilla Sixtina y desprende «fumatas», blancas o negras. La chimenea más «instagrameable» forma parte de un ritual tan ancestral como cinematográfico que, no importa cuántos años pasen, sigue enganchándonos. ¡Qué más da que los purpurados hablen en latín! Se impone lo intangible, lo simbólico, lo divino, sin contar con la imagen poderosa del entorno.
Todos los medios de comunicación de todos los países llevan estos días, a sus respectivas portadas, el cónclave al detalle y, en las televisiones, también por unos días, los teólogos sustituyen a los tertulianos paganos. En Antena 3 Noticias, además, contamos con la narración magistral del padre y corresponsal Antonio Pelayo. Sus crónicas, salpicadas de anécdotas que solo él ha vivido y puede explicar, son también una interesante clase de Historia. Con todos estos ingredientes, sin conocer aún al nuevo Papa, os escribo estas líneas en modo expectante, dejándome llevar por el interés mundial que siempre despiertan los cónclaves. Ya nos ocuparemos la semana que viene del caos del apagón, los trenes, la corrupción o los logros de Junts. Ahora mismo, me incluyo entre quienes preferirían ver y contar el Habemus Papam.
En esta era tan digital, ha tenido que fallecer Francisco para ver por primera vez a varios cardenales manifestarse a través de las redes sociales. Se han comunicado con los fieles, se han hecho «selfies», se han lavado la camisa que llevarán en el cónclave, han dicho adiós -a través de las pantallas- antes de aparcar sus respectivos móviles, antes de aislarse. Esos «algunos» cardenales -intuyo que nombrados todos por Francisco y más abiertos al mundo que les rodea- se habrán adentrado, tal vez por primera vez, en el misterioso espacio incomunicado de la Basílica con el que habrán soñado tanto tiempo y en el que, supuestamente, el Espíritu Santo les iluminará. O, en su ausencia, pactarán con otros purpurados antagónicos -como en las películas- para escoger al hombre más idóneo en este incierto contexto histórico.
Juan Pablo II ayudó a la caída del muro de Berlín. Benedicto XVI recuperó el carácter intelectual de la Iglesia. Francisco intentó hacer justicia con las víctimas de pederastas religiosos y abrir por primera vez otras puertas, pero queda tantísimo por hacer... Pienso en el papel de las mujeres, en los divorciados, en los homosexuales... El Vaticano ve menguar las vocaciones y está a un paso de la bancarrota financiera. Aparecer en las redes no basta para acompasarse a la civilización del siglo XXI. Al próximo Papa le pediría que tenga en cuenta todo eso. Y ya puestos, que visite España.
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