Opinión

La silenciosa brillantez de Calviño

Siendo subdirectora del Servicio de Defensa de la Competencia del Gobierno de España, allá por 2001 ó 2002, Nadia Calviño acudió a participar en un debate organizado por la sucursal parisina del despachazo de abogados Freshfields. A la española, más conocida en aquel entonces por ser hija de -en su caso del primer director general de la RTVE socialista— que por su descomunal currículum, le prepararon traductores simultáneos sospechando que se dirigiría a la audiencia en la lengua de Shakespeare o en la de Cervantes. Cuál sería la sorpresa del personal cuando desarrolló su discurso en un francés que parecía sacado de la mismísima ENA de Chirac, Hollande o Macron. Sus formas deslumbraron a unos parisiens acostumbrados a mirar por encima del hombre a los españoles. Lo mejor estaba por llegar: su discurso sobre una materia tan farragosa como es la Competencia dejó directamente boquiabiertos a unos letrados con salarios de seis ceros. Cuando Sánchez anunció en el último debate electoral a cinco que ocuparía una Vicepresidencia, la sociedad civil patria respiró aliviada. La agradable sorpresa apenas duró una semana. Devino en película de terror 48 horas después del 10-N cuando nuestro embustero presidente se dio el pico con Iglesias, el embajador del narcoasesino Maduro. Sea como fuere, nuestra protagonista va por libre, dice lo que piensa y defiende su independencia con la habilidad de un judoka. Básicamente, porque no depende de la política para vivir: es funcionaria de la UE y técnico comercial del Estado. Nunca ha dejado de decir lo que piensa y de advertir de la que se puede liar si se sucumbe, por estricta aritmética parlamentaria, a las astracanadas del indocumentado de un Moños que fue el verdadero culpable de que no saliera elegida presidenta del Eurogrupo por el pánico que provoca el personajillo en bancos centrales, fondos y multinacionales. Sea como fuere, la súperministra ha vuelto del verano racionalizando en un pispás nuestro sector financiero. La fusión Caixabank-Bankia es el primer hito de un proceso que continuará con la unión de BBVA y Sabadell y, previsiblemente, culminará con la absorción de la saneadísima Unicaja y el liliputiense Liberbank por el gulliveriano Santander. Una triple concentración necesaria ante la que se avecina por el Covid, por unos tipos de interés que jibarizan el negocio y por la irrupción cual elefante en cacharrería de los Facebook, Amazon y demás furtivos monopolios. La agilidad exhibida por Calviño permitirá afrontar el acongojante lustro venidero con la seguridad de que nuestros ahorros continúan a buen recaudo. Contrasta esta destreza con la incompetente parsimonia de un Ejecutivo, el de Zapatero, que tardó tres años largos —desde el crash de Lehman en 2008 al reventón de 2011— en tomar medidas, dejando la patata caliente a un PP que tampoco se puede decir que fuera Usain Bolt a la hora de mover ficha, permitiendo por omisión la putrefacción de Caja Madrid, Bancaja, la CAM y CaixaGalicia. La silenciosa audacia de Calviño garantiza que, más pronto que tarde, volvamos a presumir de tener la mejor banca de Europa. El que da primero, da dos veces.