Opinión
Mi barrio es el paraíso
Llevo viviendo en el este de Madrid, primero en la Elipa y luego en Ciudad Lineal toda la vida. De Marqués de Corbera al parque Calero se extendían los dominios de mi infancia y adolescencia. He deambulado por todas las calles que quedan hacia la periferia desde Ventas a casi cualquier hora del día y de la noche. Pero bueno, qué más da, si de Carabanchel a Vallecas somos todos hijos del mismo magma. Mi barrio es el que está al final del pasillo, en el gallinero de la ciudad, esa zona que en el Teatro Real denominan Paraíso y que es donde apiñan a la gente sin el exquisito rigor de otras plateas. Sí, mi barrio es el paraíso de Madrid aunque ni a mi ni a mis vecinos nos importa demasiado cómo se llama a esas butacas tan sufridas del coliseo de la ópera.
En mi barrio, que es de lo que quiero hablar, las cosas nunca han sido fáciles. No nos vamos a poner a dramatizar, no es nuestro estilo. Historias amargas he visto y escuchado unas cuantas con el tiempo, pero digamos que cuando se reparten las cartas del ascenso social ya están marcadas y a La Elipa llega la pedrea. Costaron muchos años de presión vecinal que el metro llegase cuando ya lo había hecho a descampados donde se iban a hacer promociones de viviendas. Este tipo de cosas inexplicables, mezcla de mala suerte y anomalías estadísticas son a las que te enfrentas desde que eres bien pequeño. El barrio nunca salió de mí, pero no hablo de recuerdos, porque hace poco volví a vivir a las calles de mis orígenes. En concreto, a una de esas en el epicentro del confinamiento, desde donde escribo estas líneas.
En mi barrio nos gusta hablar en los bancos del parque con quien por azar pilla el hueco. A veces, demasiado juntos, los abuelos y sus cuidadoras y la madre que vigila a la niña. En mi barrio nos gusta la bachata con altavoces portátiles hasta la medianoche porque también nos gusta el aire acondicionado y Netflix, pero de eso no tenemos tanto en mi barrio. Nos gusta la fresca o nos conformamos con ella y nos flipan los partidos de baloncesto al rey de la pista y el fut-volley con el balón de reglamento. También nos gusta mucho hacer cola en el centro de salud, toda la mañana esperando. Todo esto que nos gusta es muy dañino, aparentemente. Y es curioso, porque parece que sólo contamos numéricamente, es decir, existimos, cuando bajamos al parque (que hay que cerrar de inmediato) pero no cuando en el ambulatorio no dan abasto. Anomalías estadísticas a las que estamos acostumbrados. Porque vivimos en un lugar tan remoto que lo llaman paraíso.
No nos permiten salir de los confines de nuestro barrio y asumimos nuestra mala suerte, como siempre. Muy bien. Gastaré mis perras en los comercios de mis vecinos y saludaré a las señoras mayores por las mañanas. Cumplimos, pero estamos muy cabreados.
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