Opinión

Pablo y Santi

Santiago Abascal podría hoy ser Pablo Casado si la carrera política no se le hubiera torcido dentro del PP. Los dos se conocieron cuando Santi, como le han llamado siempre en el PP, vivía escoltado en el País Vasco y pendiente de no sentarse nunca de espaldas a la puerta del restaurante en el que comía. Los dos «eran de los nuestros» dentro del partido y compartían alineación en el «ala dura» que creía en la necesidad del «rearme ideológico».
Los dos tuvieron buena relación con José María Aznar y crecieron al cobijo del PP que en el País Vasco se identificaba con Jaime Mayor Oreja y, en Madrid, con Esperanza Aguirre. Abascal siempre ha reprochado al PP que le cerrara el camino del liderazgo de la organización vasca cuando Antonio Basagoiti, presidente regional, dejó la política y la carga de la mochila de una importante caída electoral para incorporarse al sector privado. Si la secretaria general, María Dolores de Cospedal, no hubiera colocado a dedo a Arantxa Quiroga en el PP vasco, si hubiese habido un congreso abierto… Quizás con que sólo una de esas condiciones se hubiera cumplido, el PP podría tener hoy hasta otra dirección y, sobre todo, un electorado unido por su derecha. Pablo y Santi fueron avanzando en su carrera política, uno en el País Vasco, el otro, en Madrid, con una táctica muy parecida, la de erigirse en defensores de las esencias del partido. Como «cachorros» de la estructura orgánica competían en agilidad y brillantez en la oratoria, en dureza en las formas contra el nacionalismo y en defensa de España, y en la actitud desafiante contra la izquierda. La «madrina» de los dos, la «lideresa» Aguirre, ha pedido a Pablo que apoye la moción de censura de Santi contra el Gobierno de coalición, que esta semana se vota en el Congreso. El padrino, el ex presidente Aznar, le ha sugerido a Pablo, sin embargo, que vote en contra de quien le deslumbró cuando aparecía como figurante en los actos del partido en el País Vasco en nombre de la organización juvenil. Pablo y Santi eran buenos amigos, aunque ahora se traten como ex. Pero Pablo sabe que está condenado a entenderse con Santi si quiere llegar a La Moncloa. Y en Génova también lo saben. El problema es que no tienen claro qué hacer hasta ese día después de las elecciones para conseguir que Santi tenga la menor fuerza posible en la negociación. Ellos podrían llevarse bien, si no fuera por sus entornos.