
Opinión
Efectos y afectos
Es sorprendente el histriónico afecto por el gobierno independentista de Cataluña que le surgió súbitamente a Ximo Puig, el presidente regional valenciano, en su última visita a Cataluña. Era una nueva expresión del bizarro romance de interés entre EAC (Esquerra Armonizada de Cataluña) y el PSOV (Partido Socialista Obrero Vehicular). Puig visitó Cataluña reivindicando innecesariamente un frentismo teórico al que nadie –excepto TV3 para su relato rural– hizo demasiado caso. Incluso los catalanes nos encogimos de hombros pensando que tampoco parecía imprescindible mostrarse tan pelota. Tanta sobreactuación superflua solo ponía de relieve el hecho chocante de que los socialistas están asumiendo de pronto como suyos los relatos clásicos y simplistas de Podemos o ERC. Son relatos inverosímiles que solo creen los muy fanáticos; como que la justicia española ha fracasado en Europa, que el juez Marchena está al servicio del PP y que recibe contrapartidas sota mano por ello, que el rey ha de pedir perdón (¿por qué y a quién?) o que los conservadores son todos franquistas y quieren acabar con los avances sociales, mandar desde el ejército y esclavizar a las mujeres.
¿Por qué asumen ahora los socialistas versiones tan garbanceras e irreales de los que nos rodea cuando hasta ayer mismo negaban esas demencias? Pues muy sencillo: porque no tienen relato propio. No hay proyecto de país en ellos. Se han centrado tanto en disputarse el poder, incluso entre ellos mismos, que descuidaron llenar de contenidos su propuesta. Ahora que han llegado a conseguirlo, se dan cuenta de que no tienen proyecto y que su único objetivo inmediato pasa por conservar el poder como sea, aunque el único modelo administrativo que pueden proponer ahora mismo, según sus pactos, sea el neocaciquismo. Recuerdo una entrevista con Miquel Iceta a raíz de los tristes sucesos de 2016 en la calle Ferraz. Decía que cuando los partidos se embarcan en cambiar sin pensárselo demasiado, pueden terminar convertidos en cosas que no esperaban. Y ahí tenemos ahora a los socialistas, sin proyecto más allá del simple caciquismo, convertidos –incluido el propio Iceta– en una especie de Zelig de Woody Allen. No son buenas noticias para la política española.
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