Política exterior

¿Un país fiable?

En España no solo no tenemos una política exterior asumida por todos los gobiernos, sino que tenemos dos en el mismo gobierno. Y eso no ayuda a que en el mundo se nos considere un país fiable

Es muy conocida la respuesta que dio Winston Churchill a finales de los años 30 cuando le preguntaron por la actitud de la Unión Soviética: «No puedo adelantarle las acciones de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma». Esta frase es la que hizo mayor fortuna, y aparece en cualquier libro de citas históricas. Pero Churchill continuó con su argumento y dijo algo que no se recuerda tanto, pero que es una verdad universal en política exterior: «Quizá haya una clave. La clave es el interés nacional de Rusia». Cambien Rusia por Marruecos y la máxima churchilliana servirá de igual forma.

Marruecos también es un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma, y siempre actúa en función de su interés nacional. Y ese es su derecho, como el de cualquier otro país. El problema es que el interés nacional de Marruecos acostumbra a no coincidir con el interés nacional de España. Y el problema añadido al problema anterior es que España es una democracia y Marruecos está más cerca de ser una Monarquía absoluta, lo que dificulta la relación hasta convertirla, a veces, en insostenible.

Es insostenible cuando Marruecos decide permitir –si no directamente alentar– las mareas de inmigrantes hacia España, como ocurre ahora en Canarias. Y se añaden dificultades cuando un sector del Gobierno español decide sumarse a las reivindicaciones del Frente Polisario en plena crisis migratoria y días antes de la reunión de alto nivel que había sido fijada para la semana que viene en Rabat, lo que de inmediato supuso que Pablo Iglesias se cayera de la lista de asistentes a la cumbre. Finalmente, la reunión fue aplazada minutos después de que Donald Trump anunciara que Estados Unidos reconoce la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental, dejando a España al límite del fuera de juego. No sería insólito que a partir de ahora Marruecos presionara a Pedro Sánchez para que siga los pasos de Trump, con la amenaza latente de consentir nuevas avalanchas de inmigrantes hacia España.

Hace pocas semanas que Moncloa tomó la llamativa decisión de enviar juntos a la toma de posesión del nuevo presidente de Bolivia a Felipe VI y a Pablo Iglesias. Mientras el rey ejercía las labores institucionales en representación de su país, el vicepresidente del Gobierno firmaba un manifiesto con otros dirigentes del populismo de izquierdas contra «el golpismo de la ultraderecha». Aún está pendiente de aclaración si Iglesias firmaba como líder de Podemos o si lo hacía como representante del Gobierno español y, por consiguiente, como representante de España y de todos los españoles, aunque no es sencillo disociar una cosa de la otra.

Días atrás, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero –valedor del pacto Sánchez-Iglesias– volvía a llenar de parabienes al presidente venezolano Nicolás Maduro, algo muy del gusto de Podemos y que irrita profundamente a otro expresidente, Felipe González. En esto, ni siquiera dentro del PSOE hay acuerdo general. Zapatero criticaba a la Unión Europea por negarse a reconocer los resultados de las elecciones legislativas organizadas y controladas por el régimen bolivariano, en contra de la oposición. Y la ministra de Asuntos Exteriores, colocada ante la tesitura de unirse a la posición común de la UE o de sumarse a las palabras de Zapatero, optó por decir a un mismo tiempo que el expresidente «habla en su nombre» pero que conviene «escuchar atentamente» lo que dice. Quizá en Bruselas también escuchaban con atención.

Gestionar un gobierno compuesto por miembros de un solo partido es tarea compleja. La presencia de dos partidos en el mismo gabinete añade muchas dificultades a esa tarea. Si, además, el presidente ha optado por sumar al club a otras nueve fuerzas políticas parlamentarias –como ocurre con los presupuestos–, la lidia se enmaraña de tal modo que tomar decisiones, y que además sean coherentes y razonables, tiende a ser algo casi milagroso. Y lo es más cuando esas decisiones se refieren a asuntos de carácter internacional, donde cada detalle cuenta, donde te la juegas con cada palabra que pronuncias y donde nadie regala nada. Todo tiene un precio. Algo que se recibe tendrá que ser a cambio de algo que se entrega. En política exterior no hay amigos, sino intereses.

Que haya un Gobierno de coalición compuesto por dos partidos no debería suponer que haya dos políticas exteriores. De hecho, un país serio no cambia los principios básicos de su acción diplomática cuando llega un gobierno nuevo. Las naciones cuya voz es tenida en cuenta en el ámbito internacional son aquellas que tienen una política exterior reconocible en el tiempo. Pero en España no solo no tenemos una política exterior asumida por todos los gobiernos, sino que tenemos dos en el mismo gobierno. Y eso no ayuda a que en el mundo se nos considere un país fiable.