opinión

El desconcierto reinante

Desconcertante, no hay mejor palabra para definir el rumbo que lleva el país. Que el decreto de Fondos Europeos haya salido adelante con el apoyo de Bildu y Vox no es el problema en sí mismo, sino el termómetro de la situación.

Un gobierno de coalición en el que Podemos libra cada batalla que se presenta, por pequeña que sea, en el que cada crisis de gobierno es un pulso para intentar dejar fuera a algunos ministros y en el que las tensiones son cada vez mayores, no es el paradigma de la estabilidad.

Por si fuera poco, Sánchez ha diseñado una estrategia de pactos descabellados con partidos que tienen a sus dirigentes encarcelados o huidos de la justicia, pero que, además, se mantienen firmes y perseverantes en volver a las andadas en los actos que les costó penas de prisión.

Pero los acuerdos que mantienen a Sánchez en la Moncloa son tan frágiles como desafiante al sentido común. Con elecciones catalanas, ERC ha intentado descarrilar la imagen del aparato del Estado en Bruselas.

Es coherente con un partido político que aspira a la destrucción de las instituciones del Estado, pero lo que sorprende es que Pablo Casado se haya sumado a la estrategia, por distinta razón, por supuesto, como la de castigar a Sánchez golpeando a España.

El sainete ha llegado al climax cuando han salido al rescate del gobierno tanto Bildu como Vox. Si no viviésemos con mascarilla y distancia social, hubiésemos sufrido hace unos días la nevada del siglo y no la toma del Capitolio en manos de un señor desnudo ataviado con una cornamenta en la cabeza, la situación política española nos parecería aberrante.

Bildu ha sacado su trozo del pastel y Vox le ha devuelto un puntapié a Casado en esa guerra fratricida que se trae la derecha política y a cuyo calor medra Sánchez. Todo entraría dentro de la normalidad de pactos entre partidos si no fuera porque no puede ser normal que la estabilidad del país dependa de la extrema derecha y de los abertzales.

Desde Bruselas deben mirar a España con una mezcla de asombro y preocupación. Esperemos que no se instale, mas aún, la idea de país ingobernable e insolvente porque tendría consecuencias inmediatas en lo económico y en el peso político a futuro.

Por si fuera poco, en pleno pico de la tercera ola de la pandemia, dimite el ministro de Sanidad para ser candidato en unas elecciones que, a día de hoy, aún no se sabe si la justicia va a permitir que se celebren.

Eso sí, en caso de que los comicios sean finalmente el 14F, los vecinos de cada barrio y de cada pueblo catalán esperarán a la última franja horaria, de 19 a 20 horas para ver pasar, no se sabe aún si con brazalete identificativo, numerados o cualquier otro tipo de señal, a los positivos de Covid y personas en cuarentena.

En el colegio electoral estarán para recibirles los miembros de la mesa ataviados con un EPI. Todo muy normal en un país con un gobierno muy normal también.