Cáncer

La segunda pandemia

Pero la Pandemia, y ahí detecta Malena un mal que no sabe si todo el mundo está siendo capaz de ver, castiga a todo el sistema sanitario. A todos los sistemas sanitarios.

Malena tiene cáncer. También nombre de tango, como le dice su hijo Jesús recordando la novela de Almudena Grandes. Pero, sobre todo, cáncer. En pleno tratamiento, ha aprendido a navegar en la incertidumbre y enterrar sus miedos para que ni la abrumen ni la delaten. Pero están ahí. Todas las mañanas, nada más despertarse, su primer pensamiento es el cáncer. Tengo cáncer, venga, a por el día. No le pasa solo a ella. Ya le han dicho otras pacientes en quimio que eso es muy común. El cáncer no solo te abrasa por dentro con células enloquecidas que mutan, se rebelan y devoran a las sanas, también se hace con tu ánimo de una forma lenta pero implacable en un movimiento muy difícil de detectar. No hay escáner que localice la ubicación y el tamaño del miedo.

Ahora, además, la incertidumbre se refuerza con la posibilidad de la infección por Covid y la seguridad de que la forma en que se ha colado en la lista de prioridades este maldito virus, retrasa diagnósticos y tratamientos de cáncer. «Una segunda pandemia», lee Malena en una revista médica. Y es verdad. Y lo sabe y lo vive. Ella ha tenido suerte y no se interrumpe su quimioterapia, pero ir al hospital a recibirla es un añadido de inquietud, una invitación a que se le agiten los temores y le bulla dentro ese miedo efervescente y ácido que tienen los que se saben expuestos a una intemperie que puede ser mortal. Lleva dos mascarillas, la quirúrgica y una FFP2 encima, pero algunos días nota una especie de ansiedad que le pone nerviosa. Es el miedo al contagio, a que la cura de una enfermedad le lleve a los dolores de otra. Ahora que su cuerpo es vulnerable, no quiere ponerlo a merced de esta Covid mortal.

Pero hay decenas de miles de pacientes que han empezado tarde su tratamiento por falta de medios o hasta de diagnóstico. Le suena que más de 50.000, y eso son muchos. El retraso de un mes, un solo mes, en un tratamiento de cáncer aumenta la mortalidad entre un cuatro y un ocho por ciento. Si te la pillan demasiado tarde, y eso ella lo sabe bien porque estuvo cerca, pero tuvo la suerte de que todavía la metástasis no era imbatible, el pronóstico puede ser mucho peor, porque el cáncer estará más avanzado.

Elena, una compañera de trabajo, ha tardado un mes en que le hicieran caso y ahora la prueba de sangre ha sido concluyente: esa debilidad y esos puntitos rojos que habían empezado a salirle son la cara visible de un cáncer de sangre, de una leucemia linfobástica aguda que espera le hayan podido diagnosticar a tiempo.

El año pasado, dicen las asociaciones médicas, se diagnosticó un 21 por ciento menos de casos de cáncer. Eso es el dramático reflejo del mordisco de la Covid sobre estas patologías o muchas otras , como la esclerosis múltiple, o ya no te digo otro tipo de trastornos como autismo o enfermedades mentales. El año pasado se hizo un 30 por ciento menos de citologías y casi un 24 cayó también el número de biopsias. O sea, se diagnostica menos, se mide menos la temperatura de la salud general

La Covid enferma a las personas, y despliega un abanico de cientos de miles, de millones de pequeñas tragedias individuales que son también familiares. Pero la Pandemia, y ahí detecta Malena un mal que no sabe si todo el mundo está siendo capaz de ver, castiga a todo el sistema sanitario. A todos los sistemas sanitarios. Y se pregunta si ese mal no será incurable.

Porque lo que sí lo parece es la desatención de quienes tienen la más alta responsabilidad. Que no digo que no estén preocupados o atentos, cavila para sí Malena, pero que parecen a veces distanciarse más de lo conveniente de esta realidad tozuda de la Pandemia y el destrozo global que nos va a dejar medio cojos con la sanidad herida y la economía agonizando. Que no se trata sólo de parar la enfermedad, sino de evitar el desastre. Que nada es ya como antes.

Claro, ella lo ve así porque se le acumulan los miedos, porque es doble víctima de la crisis sanitaria. Quizá sea eso. Aunque también pesa lo difícil que lo tienen los chicos para encontrar trabajo y Jesús para seguir en el suyo, que a ver qué pasa.

Y también escucha en el hospital la queja de los médicos de familia, de las enfermeras, asiste a veces a los estallidos de tensión por sobrecarga en las atenciones porque ya no pueden más. Pero siguen. Comprometidos y valientes por vocación y porque no tienen más remedio, porque sin ese frente a ver cómo íbamos a salir adelante con todo esto.

Pero por arriba se mueven otros registros. Como si esto sólo fuera parte de un escenario en el que seguimos representando el mismo papel. Bueno, siguen representando el mismo papel.

Ella no quiere ser pesimista, pero no le queda más remedio. ¿O no?