Sociedad
Victimados
Prolifera por doquier ese modelo digno de estudio psicológico, que funciona en la vida particular y en la política: el ofensor que se declara víctima
Pascal Bruckner decía que la clase redentora por antonomasia, la clase obrera, ha perdido su papel mesiánico, dejando de representar a los oprimidos. Cierto: los obreros occidentales hace tiempo que se convirtieron en clase media, disfrutando de derechos que les permitieron enviar a sus hijos a la universidad, cuando ésta todavía era un ascensor social que no estaba abarrotado de títulos inservibles. Adquirieron, además, una seguridad económica que los facultó para planificar sus vidas con cierta tranquilidad. Una vez que la clase obrera dejó de ser proletaria, los individuos decidieron reivindicar cada uno por su cuenta el papel de oprimidos: «¡Los nuevos parias de la tierra “soy” yo!», en afortunada expresión de Bruckner. Así que no tardamos en asistir a la aparición de lo que Douglas Murray ha llamado «la masa enfurecida», una muchedumbre perturbada compuesta de víctimas que sobreactúan de manera pueril, reclamando ante injusticias de grueso calibre como no poder comprar el último modelo de Áifon o tener acné. En la sociedad occidental ha germinado poderosamente la idea de que el Estado está obligado a proveer felicidad individual, precisa e infinita, a chicos y chicas y chiques. Desde una salud de hierro a una crema anticelulítica milagrosa. El nacionalismo ha aprendido mejor que nadie la lección del infantilismo social que azota al mundo cual poderoso macho alfalfa delirante, y reclama airado su papel de víctima propiciatoria dentro de un Estado que controlan los mismos que lo agreden amarga, destructora y bruscamente. Así que prolifera por doquier ese modelo digno de estudio psicológico, que funciona en la vida particular y en la política: el ofensor que se declara víctima. Sin pudor, sin vergüenza, sin turbación de conciencia… El culpable falsamente victimado. El victimario que reclama indemnizaciones, al Estado y a la víctima real de sus tropelías. La cosa tiene más narices que aquel famoso cura de Fresno de Torote, pero vivimos en una época absurda, idiotizada e infantilizada, y grupos e individuos que son verdugos descarados lucen con desfachatez su disfraz de mártires mientras les enseñan a los damnificados sus amenazadores dientes. Pero nadie se sorprende.
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