Pablo Casado

El riesgo de la irrelevancia

Ahora, la agigantada debilidad de la oposición en España es un vergel para el desunido pero pétreo Gobierno Sánchez-Iglesias

A Pablo Casado le habría ido bien que el 14 de febrero las elecciones se hubiesen celebrado en la Comunidad de Madrid y no en Cataluña. Madrid es territorio tradicionalmente más agradecido para el centro derecha. Por el contrario, Cataluña ha sido siempre una pesadilla para el PP. De ahí que el pasado domingo el resultado podía ser malo, muy malo o pésimo. Y fue pésimo.

En Madrid, Isabel Díaz Ayuso se ha convertido en la lideresa que no era cuando alcanzó la presidencia después de su pacto con Ciudadanos y el apoyo parlamentario de Vox. Y ha conseguido esa condición gracias, también, al insistente empeño de la izquierda en aupar a Ayuso a los laureles de referente nacional. Ayuso debe estar feliz por los ataques que recibe de PSOE y Podemos, que llevan a la presidenta de la Comunidad de Madrid a jugar en las grandes ligas. Uno no se mide solo por el perfil de sus amigos, sino más bien por el de sus enemigos.

Pablo Casado cuenta con sus propios enemigos, pero ahora le cuesta encontrar amigos. El líder del PP tendría hoy mejor cara si esas hipotéticas elecciones en Madrid del 14-F hubiesen ofrecido un buen resultado para Ayuso, gracias a aquellos ciudadanos que no se escandalizan por erigir un hospital público para pandemias, o a las decenas de miles de madrileños que trabajan en la hostelería y en el pequeño comercio no esencial, a quienes el gobierno autonómico ha mimado en estos meses. Pero se votó en Cataluña sin que el PP fuese capaz de diseñar una estrategia identificable, con un discurso errático y más condicionado por su miedo al sorpasso de Vox que por dedicar tiempo a buscar una idea clara que ofrecer a los votantes.

Ahora, la agigantada debilidad de la oposición en España es un vergel para el desunido pero pétreo Gobierno Sánchez-Iglesias. Han conseguido que la referencia más importante de la derecha en este momento político concreto no sea la vía centrista liberal de Ciudadanos ni la más conservadora tradicional de los populares, sino la derecha más extrema de Vox, ese partido del que Sánchez ironiza diciendo que tiene un sentido de Estado del que carece el PP. Igual de irónico es que la dirección de los populares culpe de su debacle catalana solo a la irrupción de Bárcenas en la última semana de campaña.

La mejor noticia para la sostenibilidad de Pablo Casado en su puesto es que no resulta fácil encontrar un recambio. Las miradas siempre hacen el viraje en la misma dirección noroeste. Pero la ‘operación Feijóo’ no es tan obvia. Y no, probablemente, por falta de ganas del interpelado ni por incapacidad, porque ha demostrado sobradamente sus virtudes electorales en Galicia. Es un problema de tiempos. Y los tiempos en política son fundamentales.

Hace tres años, Feijóo decidió no competir por la sucesión de Rajoy. Dijo que se debía a los gallegos y que no podía abandonar su responsabilidad. Ahora, ese inconveniente es casi más acentuado, porque Feijóo ganó las elecciones en julio, hace apenas siete meses. El criterio que valía tres años atrás debería ser el mismo ahora. Y, sin embargo, este momento político podría ser el adecuado, porque un nuevo presidente del PP tendría margen para construir y asentar su liderazgo en los tres años que quedan de legislatura nacional. Es cierto que Feijóo no es diputado y eso es un lastre. Pero Pedro Sánchez tampoco lo era cuando presentó la moción de censura contra Rajoy y salió de aquel experimento como presidente del Gobierno.

Aun así, no todo es cuestión de tiempo ni de tener el don de la oportunidad. También es determinante la temeridad. En política, para disputar la Champions hay que atreverse, asumiendo que la probabilidad de sufrir un batacazo siempre es alta. Pablo Casado se la jugó en las primarias del PP frente a dos todopoderosas rivales como Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores de Cospedal. Y ganó. Pedro Sánchez se la jugó dos veces frente al aparato del partido para liderar el PSOE, y arriesgó en la ya citada moción de censura contra Rajoy.

Pero, más allá del liderazgo, Casado y el PP necesitan repensarse y no solo mudarse de sede. Por extensión, también lo necesita todo el centro y la derecha. La división del voto en tres opciones es la mejor receta posible para la irrelevancia. El centro derecha acrecienta sus posibilidades de gobernar cuando sus votantes concentran el apoyo electoral en una única opción. Ahora hay tres, y cada una de ellas busca la manera de expulsar del corralito a las demás para hacerse con el control de ese espacio político al completo. Pero esa labor, de momento, no la están realizando sus votantes, que siguen divididos en cuatro alternativas: PP, Vox, Ciudadanos y la abstención por aburrimiento.