Opinión

El club de la bondad

El reconocimiento al progreso no ocurre, especialmente en los jóvenes, donde reina el pesimismo y la hiperexigencia, la heterocrítica (que no la autocrítica) y la agresividad cultural, lo cual nos precipita a un escenario errático

Ah… ¡villanos pasados, presentes y futuros! A lo largo de la historia muchas personas han vivido sometidas a ellos, sus caprichosos regímenes y sus fuerzas opresores. Hoy, a pesar de la pandemia, la mitad de la población mundial vive en democracia, la esperanza de vida asciende sin control, el PIB se ha acelerado, la clase media nunca ha sido tan grande, la desigualdad entre los países, así como la mortalidad infantil, se ha reducido, cada año los habitantes de este planeta tienen más acceso a la educación, la igualdad de género es una realidad palpable (las mujeres ya representan más de una quinta parte de los miembros de los parlamentos nacionales en el mundo), y cada vez asistimos a menos conflictos bélicos.

Eso no significa que vivamos en mundo idílico, debemos continuar haciéndonos eco de las justas protestas sobre las discriminaciones y las distintas violencias, queda trabajo por hacer, pero deberíamos reconocer que desde que Ciro el Grande (539 a.C.) tras conquistar Babilonia liberara a los esclavos, hito considerado la primera Declaración de Derechos Humanos, la ganancia antropológica ha sido una constante ascendente para alcanzar la protección de todos «sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole…».

Lo preocupante es que tal , infantil e híper polarizado donde los “idiotas útiles” se ahogan a orillas del idealismo más sensiblero por el camino de la memez. Véase el fenómeno Hazel con miles de chavales militantes de yoquesequé, crecidos al calor de una ideología que ha olvidado principios indiscutibles como el esfuerzo, la paciencia, el respeto, la responsabilidad e incluso el trabajo y se conduce exclusivamente por el principio del placer.

Jóvenes y no tan jóvenes que ignoran las motivaciones ocultas de quienes se aprovechan de ellos y a las que no apoyarían si estuviesen mejor informados, menos aburridos o menos rabiosos.

Imberbes románticos, pipiolos intelectuales que lejos de reconocer y agradecer los avances que nos ha traído la sociedad de bienestar batallan por un mundo nuevo y se acuestan a lamerle las botas a la más inhumana Ingeniería social que no tendrá piedad de ellos.

La propaganda juega un papel estructural en el desarrollo de este colectivo, un alimento ponzoñoso y alucinógeno que cocinan en los laboratorios de “más arriba” para nutrir la sensibilidad del necio y engancharlo. De este modo, con un menú adecuado de lenguaje tecnócrata, cursi e híper inclusivo hasta la intransigencia es fácil atomizar una sociedad obtusa (como todas) en grupos aún más controlables y manipulables, aunque eventualmente se descontrolen, como estos últimos días.

A este sublevado de pipeta, en el fondo, le encanta eso que llaman la ‘corrección política’ que hoy actúa como adarga contra todo y es excusa para cualquier clase de censura y hasta de violencia. Estos insurgentes simulados, insumisos fraudulentos, respiran satisfechos sabiéndose en el buen camino y disfrutan de lo que más les gusta (más aún que la leche de almendras) porque lo necesitan para existir y redimirse, los “malos”.

¿Pero quiénes son los “malos”?. Lo tienen claro, los “malos” no son ellos, de donde deducimos que no se puede ser “del club de la bondad” (la profesión más exitosa en estos tiempos) sin un malvado contra el que oponerse, que nos otorgue notoriedad como “bondadosos”.

Desgraciadamente no están claras las bases del “Club de la Bondad”, pero eso es lo de menos; para pertenecer a él tenemos que tener un buen ejemplo de fascista o de capitalista con el que apuntalar nuestra identidad.

No sé a dónde nos dirigimos, pero en el tiempo de Pedro Sanchez se han sucedido una serie de cambios y medidas que desde el buenismo no han hecho otra cosa que coartar nuestras libertades, empezando porque hizo realidad una de las peores fantasías (o pesadillas) jamás imaginadas: ver a Pablo Iglesias en el ejecutivo, un hombre que ha reconocido públicamente que no está a favor de la libertad de prensa…¡Y aquí no pasa nada!

_Me considero una bellísima… _piensan de sí mismos en el “Club de la bondad”.

_ ¿Cuánto de tu tiempo y de tu dinero dedicas cada mes a ayudar a los demás*?

En efecto, esta pregunta tan sencilla es la clave de todo lo que una persona moderadamente inteligente debe saber de sí misma. Y la respuesta sincera a esta pregunta nos da la verdadera talla de nuestra filantropía. (*los demás, no son los cónyuges, ni los hijos, ni los hermanos, ni los padres, la familia no son los demás).

_Fulanito _notorio miembro de “El Club”_ es buenísima persona.

_ ¿Sí? ¿cuánto de su tiempo y de su dinero dedica cada mes a ayudar a los demás?

Me llama la atención la superficialidad con la que se reparten los apelativos de “bueno y solidario” en este mundo. Y la hipocresía o la puerilidad generalizada: es obsceno identificar la condolencia y la humanidad con asuntos estéticos como el tono de voz, la ropa que uno viste o incluso el partido al que uno vota.

Dejémonos de prejuicios y de etiquetas porque la pretendida humanidad de la izquierda igual que el cuestionado altruismo de la derecha se deshacen como un azucarillo en agua caliente al formular esa pregunta, o mejor dicho al responderla.

Cabe destacar, que con sus defectos, el merecido éxito (y el aislamiento) de Vox se deben a este asunto, a que se ríen del “Club de la bondad” y nunca se han posicionado junto al “virtuoso” del buenismo vacío, tan de moda, que eleva al imbécil a los cielos de la superioridad moral porque es el virtuosismo del tonto.