Economía
Que ardan las calles
Un cuarenta por ciento de los chavales está ahora mismo pasando los lunes al sol, como en la peli de León de Aranoa
Quizás es el hecho de utilizar ya más camisas que camisetas. De prescindir de tener siempre vaqueros listos en las perchas. Pero apenas se entiende que se rompan escaparates y cajeros por un rapero sin talento para la rima y no se colapsen las calles de protestas por ese cuarenta por ciento de paro juvenil. En cualquier país europeo, esta cifra abriría una crisis de Gobierno y obligaría a los políticos a caminar cabizbajos por su gestión. Por mucho menos se han levantado adoquines en las aceras de París y se han liado unos jaris muy guapos, pero aquí, ya ven, no ocurre nada. La semana arrancaba con este dato. Su perspectiva es de una desmedida que casi parece una broma surrealista. Lo brutal es que no ha cogido a nadie desprevenido. El número se suelta y muchos lo comentan apenados: «Qué vergüenza». Después se continúa con el aperitivo. No es una exageración. La demostración es que ya nadie habla de ello. A nadie le importa. Un par de alusiones en la tele y ya está. Solo preocupa el movidón que se ha montado entre los partidos. Es lo único que reclama nuestro interés. A lo demás, que le den. ¿No es genial?
Aquí cerca de la mitad de la chavalería, vamos, casi la mitad del futuro de este país, está más cerca del sumidero que de la esperanza. Lo alucinante es que ya muchos de ellos asumen que las licenciaturas también son papel mojado. Un bonito entretenimiento de cuatro, cinco primaveras, las que sean. Estuvo bien mientras duró ¿no? Ligues, unas cuantas farras, un grupo de colegas, un montonazo de noches hincando los codos. Son anécdotas bonitas para coleccionar. Después, a buscarse la vida. Los diplomas, deben pensar, si están bien encuadrados, lucen mucho en las paredes. Justo al lado de las medallas escolares. Por estos andurriales ya son cada vez menos los que se hacen ilusiones sobre su porvenir. Saben que solo los más privilegiados tendrán la dicha de vivir de lo que han estudiado. El resto tendrá que conformarse con lo que salga. Si sale algo, por supuesto. Resulta descorazonador escuchar a una universitaria reconocer que tampoco puede quejarse si el destino le reserva una plaza de dependienta en una panadería.
A los políticos, de momento, lo único que les preocupa de la juventud es que no la monten con los botellones que se marcan a pesar de la pandemia. De lo demás, dejan la impresión, de que pasan. Ellos están a sus gaitas. A sus pactos para sostenerse en sus tronos. Pueden estar orgullosos: han conseguido que los jóvenes de este país tengan menos perspectivas que los juegos de mesa. En otros lugares aún aspiran a que sus hijos sean ingenieros, genetistas... Aquí, un cuarenta por ciento de los chavales está ahora mismo pasando los lunes al sol, como en la peli de León de Aranoa. Otros ya intuyen lo que les espera: pagar el alquiler sirviendo birras a los guiris que vienen de vacaciones. Luego dicen que por qué los chicos se meten tantas horas de videojuegos. Ahí, por lo menos, cuando te matan, no es real.
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