Inés Arrimadas

Apaga y vámonos

Piensa en Arrimadas. Esto no es la puntilla, es la incineración y entierro de una opción que pudo ser llave de gobierno y garantía de estabilidad

Celia sacude la cabeza con incredulidad cuando escucha lo de la moción de censura en Murcia. No es posible. No cabe en este tiempo de pandemia y zozobra, con la economía en ruinas y pendiente de liberarse en Bruselas el dinero para salir de ésta, que un partido como Ciudadanos se comporte como si fuera un perfecto partido antisistema.

Este centro naranja parece destinado a convertirse en ceniza por la ardorosa y desmedida ambición personal de sus líderes. Rivera se calcinó a sí mismo y comenzó el desandamiaje de su partido cuanto tiró por la borda la posibilidad de mayoría absoluta que junto al PSOE le daban los resultados de abril de 2019. Prefirió autoerigirse en imposible líder de la oposición con sus 57 escaños frente a los 66 de Casado.

Ella había votado a Rivera porque creía que su compromiso de renovación y su identidad de partido reformista y de diálogo, le permitían un juego de contrapeso que conseguiría doblegar los vicios tradicionales de las grandes formaciones del bipartidismo.

Lo hizo a sabiendas de que marcaba con una línea roja que defendía infranqueable, el territorio de posible encuentro con el PSOE de Sánchez. Recordaba una entrevista electoral en la radio en la que Rivera había llegado a irritarse con el entrevistador por la insistencia de éste en ponerle delante la posibilidad de un gobierno con el Psoe si entre ambos sumaban mayoría absoluta. No, y no, de ninguna manera. «¿Aunque eso abriera la puerta al gobierno a Podemos?» No, y no. Su objetivo estaba en liderar la derecha. Sánchez era un intocable.

Celia interpretó esa cerrazón como un arma de campaña, porque ya se sabe que en ese tiempo se dice una cosa y luego, ante la realidad de las cifras y eso que llaman los periodistas aritmética política, se puede ser pragmático. De hecho, ella valora el pragmatismo cuando tiene un fin útil. Por eso celebró que el resultado final permitiese un gobierno cómodo y estable con el PSOE. También los socialistas habían coreado aquello de «con Rivera no», pero la oportunidad era tan clara, y la otra opción –repetir elecciones o apoyarse en la izquierda de Podemos y los independentistas– le parecía un recurso tan arriesgado e irresponsable que no lo creyó posible. Mejor renunciar a ese horizonte que mantenerse en prejuicios ideológicos o rencillas personales.

Ciudadanos buscaría, pensó, formar un gobierno aunque fuera con Sánchez, porque los números lo permitían. Porque ese era su compromiso natural, su lugar en el mundo político, la esperanza que había sembrado. Sánchez podía ser un accidente. La identidad de partido de Ciudadanos estaría por encima, y buscaría un gobierno de equilibrio.

Pero la actitud de Rivera le decepcionó. No sólo por mantener su irresponsable negativa sino, sobre todo, por abandonar su compromiso original a la búsqueda de un imposible liderazgo de la derecha. Y a ella no la iba a encontrar ahí.

Cuando las elecciones se repitieron, no volvió a pensar en Rivera. No volvió a entregarle su voto. No fue la única, porque el partido de desplomó hasta los diez diputados.

Escuchó Celia algunos análisis sesudos sobre las razones del batacazo. Pero muy pocos tocaron la diana que para ella era la correcta: no era cuestión de cumplir o no cumplir con el programa, sino de no abandonar el principio de cambio y responsabilidad con el que había conseguido Ciudadanos su confianza. Ya no era alternativo, sino uno más, pero escuálido y perdido.

Luego llegó Arrimadas a administrar la herencia envenenada. Y la gran esperanza catalana no supo qué hacer. Debilitada y sin un norte claro, dio tumbos entre el PSOE y el PP. A Celia le parecía que en algún momento intentaba compensar el inmenso error de Rivera que, como ella se temió, terminó abriendo la puerta a Podemos y los anticonstitucionalistas. En su devenir errático, ejerció una suerte de responsabilidad formando gobierno estables con el PP, pese al lastre de Vox. Pero también flirteó con Sánchez, bailando la melodía de los presupuestos.

Ahora estaba ofreciendo imagen de calma y responsabilidad. Como esperando recobrar de verdad el tiempo perdido. Incluso Celia volvía a sentirse cerca de Ciudadanos.

Hasta hoy con lo de Murcia, cuando se revela que la moción forma parte de una operación de más amplio espectro urdida con Moncloa. No quisieron gobernar con Sánchez y juegan con él a la más burda estrategia de agitación política. Y además en tiempo de Pandemia.

Apaga y vámonos.

Cuando llega a casa, Celia enciende la televisión.

El informativo abre con la noticia de que el Partido Popular ha conseguido parar el golpe de Murcia colocando en el gobierno a tres diputados de Ciudadanos que entonces no apoyarán la moción.

Piensa en Arrimadas. Esto no es la puntilla, es la incineración y entierro de una opción que pudo ser llave de gobierno y garantía de estabilidad, pero murió a manos de políticos ambiciosos y torpes que se dejaron seducir por lo que prometieron cambiar.