Análisis
La corbata de estrangular a Errejón
Cuando Pablo Iglesias habla de la gente, se refiere naturalmente a la gente que hay dentro de él. Estamos ante una persona multitudinaria, con fondo de armario de personajes y papeles que interpretar. En él se suceden misiones que protagoniza siempre él y que solamente tienen en común la intensidad con la que las emprende. Iglesias es un sentimental y épico Mortadelo. El primer disfraz que le recuerdo es el de un chaval que andaba con una mochila por aquella calle de Lavapiés en la que había un teatro donde dieron un mitin, la sede del partido y una librería con sofás vintage. Como de los escenarios uno retiene los detalles más inverosímiles, ahora recuerdo los balcones de Lavapiés hasta arriba de enseres: una bicicleta, una bombona de butano, la motillo de juguete del niño, una caja de leche y un tendedero con calzoncillos. El primer lujo de una vivienda es que la calle entera no tenga que verle a uno los calzoncillos tendidos, pero en aquel barrio vivían pobres con sus balcones de pobre; pobres con balcones a la calle.
En la librería servían té de ruibarbo y pasteles con quinoa y otros superalimentos. Allí charlé bastante rato con un señor votante de Podemos que juraba que había sido policía y que me contó con verdadero entusiasmo muchas cosas del partido que nunca consigo recordar porque mientras me hablaba, yo estaba pensando en los balcones.
Entonces no le había visto mucha gente, pero todos se referían a él como Pablo. Ahora que le conoce todo el mundo, le llaman Iglesias y esto solo es medida de una lejanía. En aquellos días, aparecía en una foto con los colegas de Podemos en un salón de un piso en cuya mesa tomaban café y se servían el azúcar directamente del paquete. Pablo vestía el argumento muy extendido entonces de que solo alguien que no tiene azucarero y que seca los calzoncillos en el balcón donde guarda la bici, la leche, la motillo y la bombona puede entender a un pobre. Se demostró que no el día en que él mismo se apareció en el chalé de Galapagar con la cabaña de invitados, la piscina, la tinaja y la mucama del Ministerio.
Antaño, Iglesias salía en las entrevistas paseando a la perrita por el Cerro del Tío Pío mientras Errejón mordía bolígrafos en los platós de las televisiones. A Errejón lo quiso estrangular con su propio machoalfismo y su propia corbata en el Congreso de Vistalegre Dos, pero no lo consiguió porque es sabido que siempre se le escurre. De aquel día no recuerdo nada de balcones, pero sí que hacía un frío del demonio y que la gente se sentaba en lo que era el ruedo de la plaza en unas sillas de plástico con un ademán desabrido e incómodo como si estuvieran posando el trasero en el váter de una gasolinera que visité en la carretera de Krasnoyarsk. Todo el mundo llevaba unos abrigos gordísimos menos Iglesias, que era el único que iba en mangas de camisa. Habló mucha gente y dijo muchas cosas que yo ya casi no recuerdo porque solo estaba pensando en el frío y en ese hombre vestido con la camisa blanca y la corbata de estrangular a Íñigo Errejón. Esta semana repitió aquel uniforme en el vídeo en el que comunicaba que abandonaba la Moncloa y que se presentaba a las autonómicas madrileñas. Llegaba mesiánicamente a salvar la izquierda de la Comunidad de Madrid y a un montón de cosas más que Errejón y yo casi no escuchamos porque solo podíamos pensar en la corbata.
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