Juan Ramón Lucas

La Europa inconsistente

El camino no es el que en estos momentos parece estar transitando una Unión carente de miras, cortoplacista, renqueante y débil

Daniel es español, europeo y europeísta. O al menos lo ha sido desde que recuerda haber estado interesado en la cosa pública. El Mercado Común era una aspiración de refugio democrático y de crecimiento; las Comunidades Europeas, el grupo al que nos sumamos para avanzar juntos a un proyecto común para el siglo XXI; la Unión Europea, el paso definitivo para comenzar el tiempo nuevo; el Euro, con el siglo, la primera constatación de que la unidad era posible.

Hoy se ha enfriado su entusiasmo.

Es consciente de que sólo la existencia de un grupo de países europeos que se compromete a armonizar leyes y trabajar en común lo más posible, es capaz de garantizar que ningún proyecto populista que ampare desórdenes democráticos salga adelante. Claro que hay regímenes como el de Hungría o el de Polonia que subidos a la ola populista debilitan la unidad democrática de la Unión, pero ni ésta le pone las cosas fáciles a los gobiernos de dudosa transparencia democrática, ni ellos pueden ir más allá de ciertas líneas sin arriesgar su posición o hasta su pertenencia a la Unión Europea. Daniel cree que precisamente ese armazón democrático que sigue existiendo y es visible, evitará también que proyectos enloquecidos como los que acaricia cierta izquierda española hiperventilada o el independentismo de las ensoñaciones imposibles, puedan avanzar frenando conquistas democráticas. Romper fronteras, vulnerar derechos como la propiedad o la información, ajustar la justicia como guante al gobierno, diseñar políticas fiscales que ahoguen la empresa o el comercio, son imposibles en el horizonte de esta Unión cuyos miembros han escogido tutela y coordinación con el resto. Más aún en tiempos de pandemia. El reparto de fondos exige rigor y compromiso alejados de políticas desordenadas o ensayos populistas de influencia latinoamericana. La Unión Europea sigue teniendo ese carácter de garante institucional de estabilidad del sistema.

Pero últimamente Daniel siente algunas muescas en su rocosa convicción europeísta. Sigue confiando en una futura Europa unida, le confesaba a un amigo hace unos días, pero no está seguro de que con esta estructura y estos liderazgos que no parecen dispuestos a apostar con el coraje político que se necesita por una Europa verdaderamente solidaria, no vayamos a morir en el intento. O al menos naufragar.

Ya se le había antojado tibia la forma en que Bruselas se ponía de perfil ante el desafío antidemocrático del independentismo catalán. Sí, expresiones verbales de apoyo a la integridad de España y su proceso democrático, pero suaves, como blanditas, sin comprometerse más allá de lo razonablemente diplomático y acudiendo, siempre, a la muletilla intercambiable de que eso eran cuestiones internas de España. Incluso ante la firmeza expresada por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo otorgando la razón a las decisiones de gobierno y tribunales en España en defensa de su «orden constitucional», la Unión Europea como institución política había evitado el compromiso. Le dolió el relajo de Bruselas, capital europea, ante el amparo que Bruselas –capital belga– había otorgado a Puigdemont, un prófugo de la justicia española por delitos, entre otros, de malversación de fondos públicos. Vale que tal comportamiento no se recoge tal cual en el derecho Belga, pero no hay duda de que entra de lleno en la corrupción que sí combate la legislación europea. La Unión Europea –no así su parlamento, donde el juego de mayorías reequilibra el ninguneo– está permitiendo que uno de sus países miembros perjudique a otro y, lo que es aún peor, se ponga en cuestión la solvencia democrática del perjudicado, el nuestro, España.

Y ahora lo de las vacunas. Ha pasado la Unión por el trauma del Brexit tan noqueado por la Pandemia que apenas nos hemos dado cuenta de que, de momento, le está saliendo tan bien la jugada a los británicos como mal a nosotros. El Reino Unido ha vacunado a más de la mitad de su población, mientras la Unió Europea no ha conseguido llegar al 18 por ciento. Se supone que ya debería estar vacunado, según los planes de Bruselas, el 80 por ciento de los mayores de 80 años, pero apenas se rebasa el 40 por ciento en los países más adelantados. Por no hablar de los retrasos en las entregas, las dudas no aclaradas sobre alguna de las vacunas, o las sospechas de imprecisión en la firma de contratos.

No hay una política coordinada frente a la Covid. Nos quedan las ayudas, esa suerte de maná que no es tal, porque casi todo habrá que devolverlo, pero aquí tampoco el horizonte se presenta claro. Pueden llegar algo tarde. De momento, una decisión del constitucional alemán vuelve a retrasarlas. Y no está seguro Daniel de que la inconsistencia gubernamental en España contribuya demasiado a dar confianza.

Sigue aspirando, como siempre, a una Europa Unida, a una idea que transite más allá de lo comercial y lo político, una patria común vigorosa y democrática. En eso él sigue estando. Pero ya empieza a tener abrigo en su interior la certeza de que el camino no es el que en estos momentos parece estar transitando una Unión carente de miras, cortoplacista, renqueante y débil.