Comunidad de Madrid
Pongamos que hablo de Madrid
La izquierda española ha sido el elemento dinamizador de un proyecto basado en el ataque directo a Madrid
Madrid no tiene una historia propia, porque la suya es la de España, ni un sentimiento territorial específico, porque es la suma de todos los que tienen quienes aquí habitan. Madrid es una región palpitante, capital política y motor económico de España, donde conviven 6,7 millones de personas con todo tipo de ideologías, que componen una sociedad diversa y plural, que comparte un proyecto de vida y desarrollo basado en la tolerancia y en la libertad. En Madrid el único hecho diferencial político en el que se trabaja es liderar el crecimiento y aumentar el bienestar de la gente. Madrid es exactamente ese rompeolas de las Españas que definió Machado, donde todos y ninguno nos sentimos de Madrid, donde nada obliga a ser, ni tampoco a renunciar, y porque toda adscripción territorial, local, regional, nacional o internacional, es perfectamente y normalmente compatible. Es fácil enamorarse de Madrid. Tanto que cuesta entender que alguien le tenga manía, ya no digamos odio, y que fomente la «madrileñofobia». Sin embargo, la izquierda española, con el Gobierno de la Nación como ariete de esa estrategia, ha sido el elemento dinamizador de un proyecto basado en el ataque directo a Madrid, especialmente en un momento de tanto sufrimiento colectivo como lo está siendo el de la pandemia del Covid, que lleva un año entero provocando dolor a nuestro presente y sembrando de amenazas nuestro futuro. Es una parte más de un objetivo global de colonización de todos los ámbitos del poder, a través de una estrategia basada en la polarización de la sociedad y en la división de los españoles. Lo hemos visto con el Gobierno, que fue capaz de dedicar uno de sus tres estados de alarma a perimetrar Madrid, lo que es una obsesión bastante insólita, además de haber criticado de manera exhaustiva cada medida tomada por la Comunidad, incluido el reparto de mascarillas de máxima calidad, la realización masiva de tests, la construcción de un gran hospital de pandemias, el mantenimiento de la actividad económica a través de limitaciones focalizadas, o las restricciones por zonas básicas de salud, que es el ámbito más duro de confinamiento que ha habido en España después del domiciliario. Esa obsesión la hemos seguido viendo en las maniobras torticeras de la peor izquierda de toda la democracia, intentando asestar una moción de censura con nocturnidad, primero, y procurando, después, impedir por todos los medios la celebración de unas elecciones que son necesarias, porque los ciudadanos de Madrid tienen que pronunciarse claramente sobre todo lo que ha pasado. Unas elecciones en las que los votantes tendrán la oportunidad de explicarle a esta izquierda inexplicable la clase de lugar que es Madrid: un sitio en el que no aceptamos exclusiones, especialmente si éstas nos afectan a todos los que nos sentimos madrileños. Porque nos hemos dado cuenta de que no se trata de «madrileñofobia», sino de «hispanofobia». Decía Calderón de la Barca, «es Madrid patria de todos, pues en su mundo pequeño son hijos de igual cariño naturales y extranjeros». La izquierda política ni quiere, ni entiende a Madrid.
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