Vacunación
Y ahora, la burocracia
Cualquier avance en la vacunación es positiva para todos, no sólo para quienes reciben los pinchazos y las dosis.
El año y pico que llevamos sufriendo la Pandemia ya ha demostrado sin el menor resquicio de duda, que la política entendida como juego de intereses la utiliza de manera descarada e inmisericorde. Qué le voy a contar a estas alturas, amable lectora o lector, sobre la ausencia de escrúpulo entre unos y otros para arrojarse el mal como cantos afilados para abrirle brechas al adversario. Ya no nos escandaliza: de tanto «normalizarlo» nos hemos hecho a ello como parte de la cotidiana algarabía de nuestros próceres. Hasta llegamos a tragar con que ese ruido actúa contra la necesaria serenidad, contra el criterio de sensatez y generoso compromiso que necesitaría de los administradores de la cosa pública una lucha eficaz contra la Pandemia. Vale. Ahí se queda. Hablaremos los ciudadanos en las urnas para emitir juicio y exigir responsabilidades.
Pero si hemos asimilado las pequeñas micromiserias diarias de la política con su ruido sin nueces, quizá porque sabemos que poco se puede hacer con el nivel en que la ha puesto el meritoriaje partidario, se me antoja más difícil resignarse a que por culpa de la espesa burocracia se esté taponando otra de las vías por las que plantarle cara a la Covid en este momento de ataque final.
El presidente andaluz, Moreno Bonilla, ha propuesto una conferencia de presidentes autonómicos para estudiar la puesta en marcha de una especie de carta digital para vacunados e inmunes que permita viajar sin problemas a quienes reúnan esa condición. Lo decidirán los presidentes, si consideran uno por uno que políticamente les beneficia, y en caso de que así sea, tendrán que crearlo, estudiarlo, discutirlo y finalmente implementarlo en semanas. Así y todo, no será fácil que se alcance un acuerdo rápido porque cada cual habrá de alimentar su propia maquinaria institucional para que lo que salga tenga trazas visibles de su sello particular. Que se vea que tienen algo que ver, vamos. A ello hay que sumar la innecesaria discusión sobre el grado o posibilidad de contagiar que tienen los vacunados. Ya hay estudios que concluyen que esa capacidad de transmisión se reduce en un 80 por ciento cuando se ha recibido la vacuna. No hay caso. Y sí prisa. Lo cual debería ahorrar largos debates y trámites oficiales para que tuviéramos esa especie de pasaporte lo antes posible. ¿Beneficio? El movimiento de la gente agitará la economía. Por la misma razón habría que acelerar el desbloqueo de la vacunación en las empresas a través de las mutuas. Se ha comprometido el Gobierno y debe hacerlo más pronto que tarde, pasando por encima de miedos y reservas. Aquí, al temor político a la pérdida de control que implica la limitación burocrática, la ampliación de actores en la distribución de la vacuna, hay que sumar el resquemor ideológico entre quienes piensan que esto beneficiaría a un sector concreto de la población, el que tiene trabajo y está en nómina de alguna empresa. Esto también es un error. Cualquier avance en la vacunación es positiva para todos, no sólo para quienes reciben los pinchazos y las dosis. Extender la inmunidad alivia la presión sobre una sociedad agotada y empobrecida que necesita sacar cuanto antes la cabeza para respirar. Estamos saliendo, es cuestión de tiempo, pero que no nos retrase la burocracia ni paralicen los intereses, porque entonces dejaremos muchos más heridos y muertos cuyo dolor será tan inútil como el de los soldados que desaparecen cuando ha acabado la guerra.
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