Elecciones autonómicas

La violencia y las elecciones

De aquí al próximo martes habrá más trampas, más provocaciones y tal vez, como tantas veces ha ocurrido en la historia electoral de nuestra democracia, hechos violentos y manipulaciones trágicas

En el ya célebre debate –o encerrona– de la Cadena Ser, Rocío Monasterio cometió un único error. Fue no condenar explícitamente las presuntas amenazas recibidas por el jefe podemita. Es cierto que en tres ocasiones condenó la violencia en general, pero eso no basta. Resulta imprescindible anular toda ambigüedad, entre otros motivos porque esa ambigüedad es la que utilizan el PSOE, los podemitas y los nacionalistas para no condenar los hechos violentos de los que las únicas víctimas están siendo, en esta campaña, los candidatos, los militantes y los simpatizantes de VOX.

Si la derecha mantiene una exigencia ética superior a la de la izquierda, y si, como efectivamente ocurre, es ajena a cualquier tipo de violencia, debe dejarlo claro siempre, en cualquier circunstancia. De aquí al próximo martes habrá más trampas, más provocaciones y tal vez, como tantas veces ha ocurrido en la historia electoral de nuestra democracia, hechos violentos y manipulaciones trágicas, siempre por parte de la izquierda y los nacionalistas. No hay que caer en provocaciones y hay que saber responder como lo que se representa y lo que se defiende: la democracia liberal, las instituciones de todos, el bien común, la idea nacional, la Monarquía.

Ese mismo ejercicio habrá de ser practicado por quienes pueden caer en la tentación de equiparar posiciones incomparables, como son las de un partido antisistema, amigo de los terroristas, que preconiza y practica la violencia política, con otro que es ajeno a esas prácticas antidemocráticas. No hace falta defender a VOX, que sabe defenderse solo. Y por supuesto que no es imprescindible que nadie haga suyas algunas de las propuestas programáticas de VOX, por mucho que respondan a problemas y necesidades que habían sido descartados por el camino o que han surgido de nuevas debido a las crisis de estos años. Lo que sí resulta necesario, en cambio, es no intentar proclamarse juez imparcial, como esa supuesta «tercera España» que tanto excita a un tercer partido en decadencia.

En estas elecciones se dirimen muchas cosas: la primera valoración de fondo de la gestión de la pandemia, la consolidación o el principio del fin de la coalición social-podemita-independentista, un modelo de nación (o de ex nación) y otro económico y social. También está en juego la presencia de la violencia en nuestra democracia. Estos años de nueva política y de regeneración han consolidado una realidad política que consiste en la apelación al exterminio –físico, llegado el caso– del adversario. Tampoco esto es nuevo. La tendencia viene de las jornadas del 11 al 14 M, cuando cualquier acto pasó a ser lícito con tal de ganar unas elecciones. Y de fondo, procede de la grotesca hiperlegitimidad moral y política de la izquierda, con su querencia por la censura y los cordones sanitarios. El problema es gigantesco y no se resolverá pronto. Ahora bien, estas elecciones, si son conducidas como deben serlo por aquellos que no quieren saber nada de la violencia ni de quienes la practican, empezarán a dibujar un paisaje menos brutalizado que aquel en el que nos encontramos.