Demografía

Demografía española. Annus horribilis

La pandemia dio una vuelta de tuerca al maltrecho engranaje demográfico español que necesita más que nunca políticas correctoras que permitan una natalidad mejor

Rafael Puyol

Superadas las circunstancias más duras de la crisis de 2008, la población española volvió a crecer: entre 2016 y 2019 el número de residentes aumentó en cerca de un millón de personas. Sin embargo, este crecimiento no debe ocultar la situación de atonía demográfica que sufrimos debida a una natalidad bajo mínimos (160.000 nacimientos menos del 2008 al 2019) y a un envejecimiento creciente que , entre otras cosas, eleva cada año el número de defunciones. De no ser por la inmigración recuperada España habría entrado en quiebra demográfica desde hace bastante tiempo.

Y sobre este escenario de debilidad poblacional actuó la Covid-19 que ha convertido el año 2020 en el peor de la trayectoria reciente de nuestra demografía. Y ello por tres razones: porque multiplicó los fallecimientos, porque redujo, aún más, los nacimientos y porque amortiguó el saldo migratorio positivo.

La variable más afectada por la pandemia fue la mortalidad. En 2020 hubo 75.000 fallecimientos más que el año anterior (datos provisionales del INE). No todas esas muertes añadidas son atribuibles al virus, pero sí, la inmensa mayoría. Y, en cualquier caso, son 25.000 óbitos más que los contabilizados por el Ministerio de Sanidad que, en mi opinión, no reflejan la auténtica realidad. En términos relativos, tuvimos casi un 18 % más de muertos, sobre todo personas mayores y particularmente aquellas que tenían patologías previas y domicilio en residencias colectivas. De los 75.000 fallecidos extra, casi el 90 % tenía más de 70 años.

El aumento de la mortalidad provocó una disminución en la esperanza de vida de 1,24 años. La situación de España no es excepcional, pero una anomalía de este tipo no se producía en tiempos recientes desde que el SIDA redujo sensiblemente ese indicador en los países del África subsahariana. Todas las Comunidades Autónomas vieron crecer el número de sus fallecidos, aunque la incidencia fue desigual. Madrid encabeza el ranking con una tasa de variación negativa del 41 % y lo cierra Canarias con tan solo un 4 %. Estas diferencias obedecen a múltiples factores, entre ellos a los propiamente demográficos y, en particular, al volumen de población mayor y el nivel de envejecimiento que hay en cada territorio.

La Covid impactó también negativamente en la natalidad. En 2020 se alumbraron 21.500 niños menos que en el año anterior, desmintiendo la presunción de que el confinamiento podría provocar una especie de reacción natalista. No se produjo un «coronaboom», sino una acentuación de la tendencia a la baja de la última década. La inestabilidad económica y laboral y el temor de algunas madres potenciales a las posibles consecuencias negativas sobre el feto si se infectaban, explican, en buena parte, este descenso. El número medio de hijos por mujer se situó en 1,18, un valor distante de los 2,1 hijos necesarios para renovar generaciones y el más bajo desde el año 2000. Y continuó reduciéndose el volumen de féminas en las edades preferentes de la natalidad (25 a 40 años) debido a la entrada en esa franja de las nacidas en los años 80 y 90 del siglo pasado, una etapa en la que hubo pocos nacimientos. Y la caída aún habría sido mayor, sin la aportación de las madres extranjeras que con un índice de fecundidad algo más alto (1,45 hijos por mujer) aportaron el 20 % de los nacidos. En cualquier caso, 2020 mantiene la tendencia a tener hijos tardíos. La edad media a la maternidad se situó en los 32 años y siguieron creciendo los partos de madres por encima de los 40 años. El retroceso de los nacimientos se produjo en todas las Comunidades autónomas, pero tuvo una especial incidencia en Asturias, Canarias, Madrid, Andalucía, Aragón y Navarra, todas con tasas de variación superiores a la media nacional. Como resultado del aumento de los fallecidos y la disminución de los nacidos, el saldo natural negativo se disparó hasta las -153.000 personas, con todas las Comunidades en números rojos salvo Murcia y Baleares.

El tercer factor que contribuyó a los malos resultados de 2020 fue la caída de la inmigración. La llegada de extranjeros (en cuantía mucho más reducida) amortiguó el saldo natural negativo, pero no evitó que perdiéramos unos 100.000 habitantes.

Una cosa es crecer poco o no hacerlo apenas, como así venía sucediendo y otra muy distinta es perder población. No hemos sido los únicos, pero esta circunstancia resulta especialmente desfavorable para una demografía que ya daba síntomas de debilidad. La pandemia dio una vuelta de tuerca al maltrecho engranaje demográfico español que necesita más que nunca políticas correctoras que permitan una natalidad mejor, favorezcan la inmigración que necesitamos y enfrenten el envejecimiento y los retos de la longevidad. Estamos todavía a tiempo, aunque cada vez queda menos.

Rafael Puyol es Catedrático y Presidente de UNIR