Tomás Gómez

Sánchez no tiene nada claro

António Guterres ha mantenido un encuentro con Pedro Sánchez y, en la rueda de prensa posterior, ha sido preguntado por los indultos. La respuesta del secretario general de la ONU ha estado en la ortodoxia esperable de la corrección: “todos los problemas tienen que solucionarse políticamente, el diálogo es el instrumento esencial para solucionar los problemas de nuestro tiempo”. No había otra respuesta posible para el hombre que da voz a Naciones Unidas.

Pero, que Sánchez, inmediatamente después, haya tenido que insistir en algo tan de perogrullo como que el gobierno rechaza la autodeterminación de Cataluña, es la mejor prueba de que desde el exterior se mira con preocupación la gestión de Sánchez del conflicto catalán.

En la política española proliferan las frases grandilocuentes que tanto atraen a los que escriben los titulares, pero detrás del continente no hay contenido y eso genera desconfianzas dentro y fuera del país.

Cuando Sánchez se refiere al dialogo en Cataluña, mete en ese paquete los indultos, un nuevo Estatut para Cataluña y una presunta consulta sobre no se sabe qué, los independentistas, en cada sílaba que pronuncia, se agarran con más fuerza al referéndum de autodeterminación.

Las palabras lo soportan todo y, cuando no se sabe lo que se va a hacer se eligen más indefinidas porque dentro caben más conceptos sin concretar ninguno.

Otra cosa son los hechos. Es cuestionable éticamente que Sánchez utilice el poder discrecional del gobierno en las relaciones con los líderes independentistas porque los métodos pervierten el fin que se quiere conseguir y el uso de los indultos como instrumento de negociación contamina el fin en si mismo.

Desde el gobierno, se han intentado acallar todas las críticas que tomaban este derrotero apelando a que están haciendo lo único posible para lograr la desactivación del conflicto.

Sin embargo, hay algo que no se ha cuestionado con la suficiente contundencia, se trata de la efectividad gubernamental. Aunque hubiera sido igualmente criticable que Sánchez se hubiese guardado los indultos para el final de la negociación con los independentistas, al menos, hubiese mantenido la fortaleza negociadora e, in extremis, no hubiese tenido porqué hacer concesiones sin que se hubiese alcanzado un pacto general en el que los separatistas hubiesen cedido posiciones.

Las cosas son sustancialmente diferentes cuando se inicia el diálogo con una de los mayores regalos que puede hacer el gobierno. Es explicable la euforia separatista, el Estado recula, les ayuda a articular el relato victimista y, a partir de ahí, a seguir escalando posiciones en la defensa del independentismo.

Los indultos no solo son políticamente un error para un partido político como el PSOE, que se proclama republicano cívico, sino que el torpe manejo de los tiempos los convierte en un juguete usado y roto.

Para proclamar el dialogo hay que tener claras tres cosas: de qué se va a dialogar, qué se está dispuesto a ceder y cuándo se va a ceder. Sánchez no tiene clara ninguna de las tres.