Jorge Vilches

Ruptura o constitucionalismo

Lo que queda de legislatura va a ser la lucha entre dos bloques: el rupturista y el constitucionalista. Será la confirmación de la nueva mayoría que anunció Pablo Iglesias en el debate sobre los Presupuestos Generales del Estado que pretendía dejar a la derecha fuera de la política española, y el tiempo de la consolidación de una alternativa en torno a la defensa de la letra y del espíritu de la Constitución.

El sanchismo cambió el eje del consenso en la política española. Dejó de ser entre aquellos que querían llevar su programa desde un lado u otro de la Constitución, que eran los partidos clásicos, homologables a los existentes en las grandes democracias europeas. Ahora, el consenso y la atribución de la supuesta «voluntad popular», está entre los partidos que quieren romper la Constitución o que defienden su anacronismo.

El Comité Federal del PSOE confirmó el sábado que no existe ya el partido socialista que hizo la Transición, colaboró en la redacción de la Constitución, trabajó para estar en la Unión Europea y luchó contra ETA. Hoy es la banda norcoreana de Sánchez. Este es un déficit de la democracia española: no hay un centro-izquierda constitucionalista. Esta es la razón de la inestabilidad actual y del debilitamiento del Estado de Derecho. Si el máximo responsable de guardar y hacer guardar la Ley, el Gobierno, confunde la concordia con el interés particular de Sánchez, es muy difícil que la ciudadanía esté orgullosa de su sistema político. Y sin orgullo colectivo es imposible que haya un proyecto en común.

El PP va lentamente pero con paso firme construyendo una alternativa al sanchismo, principal soporte del rupturismo. En realidad, el PP de Casado tiene el programa hecho: defensa de la Constitución y de la integración europea, y un programa de reformas para devolver el orgullo a los españoles.

No se trata de una dialéctica entre «progresistas y conservadores». Cualquiera con un mínimo conocimiento de historia de las ideas sabe que el progreso no es la vuelta a las ideologías del siglo XIX; es decir, no es el refuerzo del nacionalismo supremacista ni la creación de un marco autoritario para los derechos individuales, como han construido los independentistas en Cataluña. Si defender la Constitución que nos ha procurado democracia, libertad y prosperidad en paz es ser conservador, habrá que ser conservador.

La baza de Pablo Casado está en mantener el pulso al sanchismo estos dos años, desvelar sus mentiras y los intentos de asalto al Estado de Derecho. Sánchez lo pondrá sencillo porque es su único camino. De aquí al final de la legislatura asistiremos a la puesta de largo de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, explícito o encubierto, como si la soberanía se pudiera trocear al gusto de Sánchez y sus amigos independentistas. Lo acompañarán de grandes palabras porque necesitan conmover, calentar las emociones, anestesiar la inteligencia, la memoria y la razón para que los españoles renuncien a su soberanía y se rindan a los autoritarios.

No obstante, la crítica al sanchismo debe ir acompañada de un plan alternativo realista, al cabo de la calle, basado en la recuperación económica y anímica. Y eso sin olvidar que Casado debe ir buscando un equipo de gobierno que permita a los electores visualizar la encarnación del cambio. Lo hizo Aznar en los noventa, y también Rajoy una década después. El conjunto debería constituir un atractivo suficiente como para presentarse con garantías a las elecciones locales y autonómicas de 2023, llegar al «mapa azul» de España que anuncie el cambio de ciclo. Eso hará que la política vuelva al cauce de donde nunca debió salir: la Constitución.