Cristina L. Schlichting

Elucubraciones doctrinales

La urdimbre del Estado democrático parece no servir para nada... hasta que deja de estar. Entonces se precisa de forma desesperada, cuando ya es tarde. Nos lo han demostrado los totalitarismos. Parece mentira que gente culta olvide la historia reciente. Repasemos los hechos: unos tribunales que califican de inconstitucional el modo de recortar los derechos fundamentales de los ciudadanos. Dos ministras que relativizan esa resolución judicial. Un Gobierno, en definitiva, que desprecia el gobernar conforme a derecho. El resumen preocupa.

Dice Margarita Robles, ministra que respeto y aprecio, que se trata de «elucubraciones doctrinales». ¿De verdad lo son, Margarita? Puedo coincidir en que una mayoría de españoles –unos distraídos por el verano, otros por un sistema de enseñanza que no forma en los fundamentos del Estado– considere baladí el debate. Pero no me parece normal que una magistrada crea semejante cosa. Para empezar porque, de haber seguido el mecanismo correcto (recurrir al estado de excepción en lugar del de alarma), Sánchez hubiese necesitado la autorización del Parlamento. Puede que a los ignaros el Congreso les parezca un mero trámite, pero es un lugar en el que se deposita la soberanía popular, el foro de los elegidos en las votaciones públicas. Decisiones tan graves como las que se tomaron durante el confinamiento precisan de un acuerdo expreso y votado. En segundo lugar, porque refuerza la convivencia democrática. En tercero, porque educa en la importancia de las instituciones. Y cuarto, porque, ante posibles desastres, hace eficaz la responsabilidad colectiva.

¿Cómo que elucubraciones? ¿Es una elucubración que el confinamiento necesario ha traído gravísimas consecuencias? A saber, los ancianos se han visto aislados y se han deteriorado en cuerpo y mente. Muchas personas han padecido depresiones y enfermedades psiquiátricas. Otras se han arruinado. Y ahora sabemos (véase el informe de la fundación Anar, por ejemplo) que los suicidios se han multiplicado. ¿Tan graves asuntos no requieren de la decisión responsable de todos? La democracia no es algo superficial ni nominal. Es un mecanismo real que garantiza nuestras libertades y derechos, que no están al albur de los caprichos del líder. Puede que nuestro Gobierno no tenga ínfulas dictatoriales a la cubana y tal vez no está en el ánimo de Sánchez conculcar la ley –aceptemos pulpo por animal de compañía– pero España hace tiempo que padece las consecuencias de actuar al margen de la Constitución y con desprecio de las normas. Lo que ha pasado en Cataluña tiene que ver con ese desprecio, con el error o la maldad de que la Constitución se puede sustituir por la fuerza de los hechos. Recuerdo mis discusiones de 2017 con los dirigentes del procés, convencidos de que la «independencia de facto» supondría el reconocimiento europeo. Ya sabemos qué ocurrió. Pero la broma pudo costarnos un baño de sangre y, de hecho, ha supuesto penas de prisión, heridos y muchos sufrimientos económicos y sociales.