Opinión
La talla de un líder
Deberíamos aprender todos que los ex presidentes son patrimonio del Estado y, desde esa nueva perspectiva, debe alejárseles del conflicto partidista
La triste realidad española es tozuda demostrando que cada generación de políticos es peor que la anterior, de lo contrario, no tendría explicación el afán de estos por enterrar a los predecesores. Creen que obviándolos, los condenan al ostracismo, si no se tiene noticia de ellos, si se les ignora institucionalmente, quizá la opinión pública se olvide de ellos y así no hay riesgo de odiosas comparaciones.
Casi siempre suele fabricarse una razón de peso, desde asuntos controvertidos en la gestión que realizaron en su momento, judicialización de algunas causas o, simplemente, discrepancias, en algunos casos ideológicas, en otros, personales.
Es curioso, como todos los ex presidentes de gobierno navegan en aguas vetadas por sus respectivos partidos y, cuando opinan, se enfrentan a la censura más o menos velada, cuando no, a la crítica abierta.
Felipe González, Jose María Aznar, Jose Luis Rodriguez Zapatero o Mariano Rajoy resultan incómodos a Pablo Casado o a Pedro Sánchez cada vez que opinan sobre un asunto de actualidad, sus gabinetes de prensa se apresuran a matizar, a retar importancia o, incluso, a criticar la intervención.
En realidad, lo que hay detrás es un claro complejo de inferioridad y la convicción de que solo borrando de la fotografía al predecesor, el actual puede ser considerado alguien grande.
No es nuevo, ya lo practicó Stalin que se esforzaba en no dejar rastro documental de la trayectoria de sus enemigos. El dictador soviético declaraba “enemigos del pueblo” a quien podría suponer un peligro para su estabilidad en el poder, les obligaba a la autocrítica y, posteriormente, los ejecutaba.
La mayoría no fueron militares ni ostentaban poder fáctico alguno, a esos los dominaba con la amenaza. Lo que más temía Stalin era a los pensadores, Ajmátova, Pasternak, Bulgákov o Bábel son buenos ejemplos.
Deberíamos aprender todos que los ex presidentes son patrimonio del Estado y, desde esa nueva perspectiva, debe alejárseles del conflicto partidista. Sin embargo, los esfuerzos se aúnan en desprestigiarles o intentar implicarles en los juzgados.
Ocurrió con González, con Zapatero y, también, con Rajoy. Hay quien piensa que España devora a sus líderes, como si fuese un destino ineludible, pero eso nos del todo cierto.
Quien se empeña en destruir a los líderes son sus sucesores. No en sentido freudiano, en que el camino elegido por el hijo revela la intención de romper todo tipo de vínculo con la trayectoria del padre. La vida, las ideas o los principios son una negación de los del padre, que, en algún momento, pretendió inculcarle.
Cuando Sánchez minimiza la opinión de González o Casado se sacude de Rajoy e, incluso de Aznar, lo hacen porque son plenamente conscientes de que la calidad intelectual y política de los ex es mayor que la suya propia y temen que la sombra que proyectan impida que se les vea.
Creen que son más altos si se rodean de bajitos pero, en realidad, su talla no depende de su altura sino de su grandeza que es una cosa bien distinta.
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