Pensiones

Pensiones y urnas

La gran reforma pendiente solo puede salir adelante con los grandes partidos dando la cara y dejando el asunto de las pensiones fuera del debate político

Todavía acabaremos por concluir –y eso sí que sería para hacérnoslo mirar– que las urnas son el principal enemigo de una reforma de las pensiones –la de verdad– que lleva años llamando a las puertas del sistema convertida en un «miura» al que nadie se atreve a torear. Mientras no exista un verdadero y auténtico pacto de estado nacional al menos entre las grandes fuerzas políticas, no habrá gobierno compuesto por nacidos de madre y expuesto al veredicto inmisericorde de las urnas, con el arrojo suficiente para afrontar la tarea y de paso salvar al país de un posible colapso no tan a largo plazo en esta materia.

La reforma de las pensiones recuerda a las capas geológicas, unas se van superponiendo sobre las otras dejando una costra de cúmulos y estratos fruto de los intentos por renovar que quedaban en meros amagos por parte de los gobiernos de turno desde que en España hay democracia. Hace ahora 27 años que un tal Felipe González osaba comentarnos a los periodistas españoles en una cumbre socialista europea en Azeitao –Portugal– que probablemente él, cincuentón reciente por entonces no llegaría igual que otros españoles a cobrar íntegra la pensión llegada su jubilación y por lo tanto habría que darle una vuelta a eso de los fondos privados. El terremoto no se hizo esperar ante un presidente que nos «vendía» a los fondos usureros internacionales y a la gran banca. El melón quedó tan abierto como que en la despedida de González otro tal José María Aznar tenía que estrenarse en el gobierno pidiendo un crédito bancario para sufragar la paga de los pensionistas. Desde ahí todo han sido actitudes «penélope» que diría la diputada canaria Ana Oramas, con gobiernos que tejían reformas por las mañanas y las destejían por las noches presos del pánico ante la cercanía de compromisos electorales.

La gran reforma pendiente solo puede salir adelante con los grandes partidos dando la cara y dejando el asunto de las pensiones –como inicialmente se pretendió con el Pacto de Toledo– fuera del debate político. Todo lo demás son parches que siembran el desasosiego entre prejubilados en ciernes o cargan el peso del mantenimiento del sistema sobre una generación de «baby boomers» que, sencillamente no es culpable del desaguisado. Aunque Felipe se equivocó en los tiempos, con tanto remiendo coyuntural pendiente de las encuestas, lo probable es que un día no tan lejano, la lona se resquebraje.