Opinión

El ridículo de la Unión Europea en la crisis de Afganistán

La solidaridad del plasma es muy gratificante cuando se está cómodamente instalado en el salón de casa

Lo peor de hacer el ridículo es no darse cuenta. Lo que ha sucedido con la Unión Europea en la crisis afgana ha sido patético, porque se ha constatado su total irrelevancia, no me refiero sólo a la institución sino, también, a los países miembros. Cada día que pasa, la información sobre Afganistán se reduce y en breve acabará por desaparecer. Es lo previsible y ocasionalmente alguna noticia, siempre que sea llamativa, se abrirá paso en el vértigo de la información. Lo que inquieta ahora a la zona más rica del mundo son los refugiados, algo que es un problema recurrente que pone en tensión los difíciles equilibrios internos de la UE. La solidaridad está muy bien, pero luego hay que concretarla. Al calor de la crisis, escuchamos muchas palabras voluntaristas y gestos grandilocuentes, porque sale gratis hacer declaraciones a los medios de comunicación. Ahora llega la hora de la realidad y este número indeterminado de desplazados provoca una nueva crisis humanitaria, pero muchos países no están dispuestos a asumir un reparto. Es lo que ha venido sucediendo desde hace tiempo, porque los europeos somos especialistas en exportar declaraciones, discursos, principios… pero se hace más difícil complicar nuestra placidez asumiendo inmigrantes, refugiados o exiliados en un número elevado.

Una cosa es alguno de forma individual, pero referirse a decenas de miles provoca el rechazo de un sector de la Unión y es otro incentivo para los populismos. La solidaridad del plasma es muy gratificante cuando se está cómodamente instalado en el salón de casa e incluso se puede complementar con alguna ayuda a las ONGs, pero la reacción es muy diferente cuando se trata de asumir compromisos concretos. Al fracaso político y militar cosechado en estos veinte años, donde hemos sido unos meros teloneros de EEUU, se añade ahora asumir este problema y la pérdida de la escasa relevancia que nos quedaba en Asia. Esto último es irreversible y nos queda seguir con nuestro papel como un enorme parque de atracciones cultural y comercial. Con respecto a lo otro, nos queda la alternativa de negociar con los países limítrofes y todos aquellos que estén en la ruta, para pagarles, como sucedió con Turquía, para que llegue el menor número posible de afganos a Europa y no nos compliquen nuestra plácida existencia burguesa.