Isabel Díaz Ayuso

Políticas de hoy

Ahora sí que parece haber llegado la hora de dar un salto generacional. En el PSOE ya se hizo… mal. Si se lo propone, la derecha puede hacerlo mucho mejor

Aunque no sea irrelevante, la eliminación por la Comunidad de Madrid de todos los impuestos propios no va a cambiar demasiado la vida de los madrileños, está claro. Pero se la alegrará a muchos, en particular porque conseguirá poner furiosos a los socialistas y sus amigos los podemitas. Algo que, para qué negarlo, es una de las grandes bazas de Isabel Díaz Ayuso. Hay otras, y más importantes, pero pocas que atraigan tanto a un votante que cada día aguanta menos a Pedro Sánchez. Así que ahora algunos, o bastantes, madrileños andarán esperando a ver qué barbaridad se les ocurre a los social podemitas para reírse de ellos. Y es que Díaz Ayuso también ha conseguido tocar esta tecla, tan importante en un tiempo de populismo mediático desatado. No basta con exponer, con razonar y con argumentar. Hay que provocar –lo suficiente, sin pasarse– y crear una comunidad de intereses y de sobreentendidos compartidos: cercanía, descaro sin excesos, falta de pretensiones, simpatía. Así lo han debido de comprender también en La Moncloa, con este nuevo gobierno en el que abundan menos que antes las figuras del género bufo. Sánchez, la verdad, lo había puesto demasiado fácil. (Lo del podemismo no tiene remedio –gracias a Dios, estoy por escribir–.)

Habiendo alcanzado este grado de popularidad y de relevancia política, es lógico que Díaz Ayuso se proponga alcanzar también la presidencia del Partido Popular en Madrid. Es verdad que la bicefalia no impidió el éxito del 4 de mayo, pero está en la tradición de los populares la unificación del liderazgo del partido y de la Comunidad. Además, es la manera de afirmar con claridad, por parte del Partido Popular, que ha comprendido el mensaje que se le ha mandado desde Madrid, es decir desde los electores y la sociedad madrileña. No hay por qué compartir el estilo, difícil de trasplantar a otras comunidades por la naturaleza misma de Madrid, siempre rebelde al Gobierno, a veces un poco y a veces un mucho, en cualquier caso, más que otras regiones. Pero sí conviene estar atentos a lo que ahí se ha consolidado. Es una forma distinta de hacer política que se ha ido abriendo paso, a su ritmo, imprevisible, lejos de modelos muy ilustres, como Esperanza Aguirre o Ruiz Gallardón.

Incorporarla a la primera fila del Partido Popular significará, por tanto, más que cualquier convención, la voluntad del primer partido de la oposición por establecer reglas de juego propias, ajenas a las que el social podemismo creyó un breve momento que iba a poder seguir imponiendo. Acabar con los impuestos propios es una excelente señal: durante el curso político que acaba de iniciarse, vamos a asistir a la continuación de esa línea. Y el paso a la presidencia del PP madrileño, cuando llegue, significará que Madrid ha dejado de ser una isla en el mar rojo para convertirse en el farolillo –para gustos, los colores– que anuncia una etapa distinta en el gobierno de nuestro país. Ahora sí que parece haber llegado la hora de dar un salto generacional. En el PSOE ya se hizo… mal. Si se lo propone, la derecha puede hacerlo mucho mejor.