Economía

Pensiones: el ministro y la reforma interminable

La Unión Europea exige cambios para facilitar los famosos 140.000 millones de ayudas y puede reclamar recortes, sí recortes

Joe Haldeman publicó en 1974 «La guerra interminable», una novela de ciencia ficción que enseguida se convirtió en un clásico del género, en el que quizá también habría que encuadrar las sucesivas reformas de las pensiones en España, incluida la que ahora propone el ministro José Luis Escrivá, que presentó el jueves en el Congreso de los Diputados, en donde inicia su tramitación parlamentaria. No será la última, porque aunque no se conocen todos los detalles y sufrirá muchos cambios hasta que vea la luz, tampoco resolverá los problemas esenciales de un sistema que, año tras año, acumula déficits y deuda y que, además, no responde con frecuencia a las expectativas de sus beneficiarios.

José Luis Escrivá es feliz como ministro, a pesar de que le ha tocado bailar con la más fea. Debe cuadrar un círculo imposible. La sociedad demanda más y mejores pensiones que, además, no pierdan poder adquisitivo, lo que obligaría a actualizarlas por lo menos con el IPC, que es lo que se conoce como indiciación. El problema es que el dinero para pagar todo eso procede de las cotizaciones de los trabajadores en activo, relacionadas con sus salarios. Con un número cada vez mayor de pensionistas, sin que crezca al mismo ritmo el de cotizantes que, además, aportan menos porque ganan menos, las cuentas no salen. No hay nada nuevo bajo el sol. Es la crónica de un problema anunciado. En 1995, PSOE y PP, en tiempos de Felipe González y José María Aznar, con Rodolfo Martín Villa de ensamblador de voluntades, alumbraron el histórico Pacto de Toledo, tantas veces invocado como el bálsamo mágico para solucionar el embrollo de las pensiones. De aquellos polvos, estos lodos. El Pacto de Toledo, en realidad, fue un acuerdo para apartar el asunto de las pensiones del debate político, mientras se aplicaban fórmulas opacas para que cada vez hubiera requisitos más exigentes para acceder a una pensión. Funcionó durante algún tiempo, pero era un timo a toda la sociedad. La Gran Recesión colocó al sistema de pensiones español sobre las cuerdas y Mariano Rajoy impulsó una reforma ortodoxa pero muy imperfecta y, sobre todo, no explicada a la sociedad. En resumen, más requisitos para lograr una pensión, sin que se garantizara el poder adquisitivo futuro, según un «Factor de Sostenibilidad» que nunca se aplicó. La sociedad, así de sencillo, no la aceptaba. La reforma de Escrivá promete revalorizaciones y habla de un «mecanismo de solidaridad intergeneracional», que será otra fórmula de controlar las subidas de las pensiones. Tampoco es una solución, porque vuelve a aplazar el problema, con el agravante de que la Unión Europea exige cambios para facilitar los famosos 140.000 millones de ayudas y puede reclamar recortes, sí recortes. El que avisa no es traidor. Escrivá no es Haldeman, pero su reforma es otra historia de ciencia ficción, un capítulo más de una reforma interminable.