Opinión
Seis minutos para la Historia
Ese discurso del Rey fue un bálsamo que tranquilizó al conjunto de los españoles y muy en especial a los catalanes
Fueron los que duró el discurso que en ejercicio impecable de su deber constitucional, pronunció desde La Zarzuela por televisión y para todos los españoles, S.M. el Rey Felipe VI, tal día como hoy hace cuatro años. En tan solo seis minutos, dijo todo lo que millones de compatriotas –de Cataluña y de toda España– necesitaban oír, ante una sedición organizada desde el «Govern de la Generalitat» para declarar nada menos que la independencia, violando todo el orden constitucional y estatutario.
El Rey expresó todo lo que podía y debía decir como Jefe del Estado según establece el artículo 56 de la CE, en unos momentos dramáticos e inimaginables como los que se vivían en aquellas fechas en una España democrática, integrada en la UE y en pleno siglo XXI, alejada de pronunciamientos decimonónicos protagonizados normalmente por «salvadores de la patria». En esta ocasión los protagonistas no eran unos «espadones», sino gobernantes ultranacionalistas identitarios, abducidos por el gen de la rauxa y creyéndose con derecho a apropiarse de «su» Cataluña por una suerte de derecho «divino» del que ellos eran titulares.
Ese discurso del Rey fue un bálsamo que tranquilizó al conjunto de los españoles y muy en especial a los catalanes, acosados y angustiados tras los acontecimientos que se precipitaron a partir del ignominioso pleno del Parlament de los días 6 y 7 de septiembre de 2017, que ha pasado a la Historia como un ejemplo del concepto que el separatismo tiene de la democracia, la libertad, la convivencia y el respeto a la ley en un Estado democrático y de Derecho.
La reacción fue inmediata y se visualizó cinco días después por las calles de Barcelona, en una gigantesca y multitudinaria manifestación jamás vivida hasta entonces en Cataluña en apoyo a la unidad de España y su Constitución. Lo que siguió lo conocemos sobradamente: el Rey pasó a ser enemigo declarado para el separatismo hasta hoy, y defensor y garante de la Carta Magna. Como su padre el Rey emérito D. Juan Carlos el 23- F, la Corona ha sido y es la piedra angular del edificio constitucional.
Esa realidad, la de que la Corona, con su auctoritas y potestas, actuando en plenitud de funciones como Jefe del Estado, es un valladar infranqueable para los que desean derogar el orden constitucional, explica por qué vivimos un auténtico jaque al Rey desde entonces. Por parte de quienes aspiran a una III República, síntesis de las dos nefastas precedentes: confederal, plurinacional, plurilingüe y multinivel.
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