Economía
Evergrande, la burbuja inmobiliaria china
España no está sobre expuesta a los mercados de capitales e importaciones chinos que se resentirían ante una implosión inmobiliaria
L a largamente esperada implosión de la inmensa burbuja inmobiliaria china, ya ha tenido consecuencias globales. Evergrande, la macro empresa china está en quiebra: Sus deudas superan los 306 mil millones de dólares, el tamaño del PIB de países como Dinamarca o Singapur, y su cotización en Hong Kong cayó en más de un 80% desde enero de 2021.
Pekín puede neutralizar los efectos de su caída, su margen de maniobra es amplio: El sistema financiero chino, reflejo de la importancia del sector público en su economía real, es fundamentalmente estatal, y sujeto a altos niveles de interferencia política y corrupción. Los 60 millones de miembros del Partido Comunista tienen representación en los consejos de administración de las empresas privadas, y las públicas son el centro de su política económica. En suma, la concesión de crédito no funciona bajo parámetros convencionales de rentabilidad, riesgo y plazo.
La especulación, que viene acompasada por altísimas tasas de crecimiento económico del 10% al 6% del PIB, ya es histórica: los precios llevan creciendo más de 20 años. Por una parte, Xi Jin Ping respondería al malestar de la ciudadanía ante el alto coste de la vivienda, malas calidades y urbanismo en las grandes ciudades; por la otra, el exceso de oferta, especialmente en zonas remotas, acompaña a una plétora de ciudades fantasma racionalistas, de extrema modernidad y frialdad, construidas bastante antes de ser ocupadas: El caso del llamado «pocero», en Seseña, multiplicado miles de veces. Y no es por necesidad de buenas viviendas en las provincias, más pobres, del interior, síntoma de creciente desigualdad, altamente contestada.
Si bien un derrumbe desordenado del sector preocupa en Pekín, también es cierto que el inmobiliario significa el 28% del PIB, siendo el sector preferido por la ciudadanía para colocar sus ahorros. Una situación reflejada en la experiencia previa de los mercados inmobiliarios del Sudeste Asiático, donde invierte la Diáspora China. El peor escenario sería que China acabara como Malasia, allí las rentabilidades, los alquileres, y los precios llevan lustros deprimidos tras décadas de especulación rampante, además de decenas de miles de metros cuadrados desperdiciados en centros comerciales subocupados.
El comportamiento de los pequeños inversores chinos en el inmobiliario responde a dos factores: Primero, la ausencia de un buen Estado del Bienestar –pensiones, hospitales, servicios sociales–, la necesidad de guardar dinero para momentos de necesidad; segundo, las políticas de fomento del ahorro, tras las altas tasas de inversión, artífices de los diferentes milagros económicos asiáticos. Ambas situaciones derivan en altísimas tasas de ahorro, en una perenne sobreoferta de capital, en el caso de la RP China agravada por la enorme inversión extranjera. Esto tiene su reflejo en bajas tasas de rentabilidad en activos financieros para las familias, que retroalimentan la misma especulación inmobiliaria.
La última caída de los precios y cotizaciones en el sector –13% en las últimas dos semanas–, se traduce, lógicamente, en una contracción de la riqueza familiar, y las posibilidades de consumo e inversión de las mismas. Por tanto, la cadena de transmisión de un ajuste general duro y rápido del sector podría tener efectos macroeconómicos globales a través de la enorme demanda de importaciones chinas, incrementando, además, el superávit de balanza de pagos crónico de la RP China frente a la Unión Europea.
Son precisamente las familias de clase media china las que invierten en vivienda e importan productos europeos de calidad o de lujo a través de la plétora de grandes centros comerciales de las metrópolis chinas: Por ejemplo, a Francia le afectaría en sus exportaciones de moda, diseño, vinos achampanados o delicatesen, o en las de las aeronaves de Airbus –viajarán menos–, que incorporan partes producidas en diferentes lugares de Europa.
En suma, el Estado posiblemente intervenga la empresa, poniéndola bajo control público, compensando a la multitud de pequeños inversores chinos: Evergrande tiene 1,6 millones de viviendas en proyecto con el dinero adelantado. Otra cosa serían los grandes inversores extranjeros, en un país tradicionalmente proteccionista con seguridad jurídica mínima, donde la xenofobia es moneda política común, utilizada por el Partido para promover sus intereses internacionales. Según Reuters, grandes bancos anglosajones o suizos, como HSBC o UBS, e inversoras como Blackrock –1700 millones–, aumentaron altamente sus inversiones en Evergrande, en paralelo a la caída en picado de su cotización. Lo que sorprende si se tiene en cuenta que HSBC, en particular, lleva en Hong Kong desde 1865: Es probable que algunos analistas pierdan su trabajo en breve. España, que tiene un gran déficit comercial con China, no está sobre expuesta a los mercados de capitales e importaciones chinos que se resentirían ante una implosión inmobiliaria, cualquier impacto sería pues indirecto.
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