Cultura

Historiadores e historicidas

España ha sufrido reiterados ataques historicidas. A la vieja “Leyenda Negra”, renovada hoy por algunos personajes insólitos, le sigue, como siempre, la oscura ignorancia

Los primeros en vías de extinción, los segundos proliferando como las setas en otoño húmedo; cada vez más numerosos y atrevidos. No es de extrañar. Escribía Splengler que el historiador nace, comprende y penetra a los hombres y las cosas de un solo golpe, guiado por un sentimiento que no se aprende. Tal vez haya algo de cierto en dicha afirmación, acerca de una condición precisa para llegar al conocimiento histórico y ponerlo al servicio de la sociedad. Pero, en cualquier caso, el oficio debe aprenderse con su imprescindible formación teórica y práctica, mejor o peor; aunque lo fundamental, hacer de la historia el medio de comprensión del pasado y del presente, hacia el futuro, resulta siempre muy difícil. La combinación de ambas capacidades, la innata y la adquirida, serían exigibles en alto grado para tan elevada función; pues como proclamaba Oscar Wilde, “cualquier tonto puede hacer historia –lo que cada día parece más evidente- pero hace falta ser un genio para escribirla”. Una valoración algo exagerada quizás pero, tal vez por eso, ante la duda de los dones ingénitos y el decreciente nivel formativo de nuestras Universidades, se entiende que no abunden los historiadores. Otra cosa serían los sedicentes como tales, casi siempre al servicio del poder, quienes más que a historiar, se han dedicado al historicidio, como denunciaba E. Jünger.

Hace ya casi un siglo R. Altamira lamentaba la escasa atención que se dedicaba a la historia, porque “el saber histórico no es algo superfluo, que puede ser eliminado sin perjuicio de la educación del hombre”. Las cosas cambiarían a medida que fue avanzando el siglo XX, pero no para mejor. La historia pasó a convertirse, más que nunca, en el instrumento clave para controlar el pasado, al servicio de los intereses sociales, económicos y, sobre todo, políticos, de quienes trataron de dominar el presente y proyectar el futuro. Algo que, bajo otras formas, vendría de lejos. Ahora se recurriría a la banalización, la falsificación y su suplantación por la propaganda; llegando en nuestros días a los intentos de eliminación definitiva. Porque si la historia pereciese no haría falta controlar a los seres humanos, simplemente ya no existirían. Frente a esos empeños necesitamos de la historia íntegra –como escribía Ortega- para poder superarla y no recaer en ella una y otra vez.

No se trata de defender una historia “cierta”, con su amenaza inmovilista, apoyada en reduccionismos tales como la afirmación de que “el pasado no se puede cambiar”. Aunque en principio esto podría ser defendible, a propósito de los acontecimientos ocurridos. La historia, como lectura del pasado, se hace siempre desde el presente, a través de un conocimiento ampliado y modificado por la investigación, y renovado desde planteamientos teóricos y metodológicos novedosos. Un esfuerzo donde acechan los riesgos de anacronismo. La contextualización, indispensable para comprender cualquier época anterior, exige tomar conciencia de la asimetría, entre distintos tiempos, condicionados por mentalidades diferentes. El historiador debe buscar “la verdad”, consciente de que sólo dominará una parte de ella, manteniendo siempre la tensión por alcanzarla, en la mayor medida posible. Tiene ante sí una labor difícil y comprometida. Mientras, el quehacer del historicida es mucho más fácil, basta con soltar alguna ocurrencia dramatizada llamativamente.

España ha sufrido reiterados ataques historicidas. A la vieja “Leyenda Negra”, renovada hoy por algunos personajes insólitos, le sigue, como siempre, la oscura ignorancia. Sobre ésta se levanta una historia sesgada, maniquea y falsa convertida en arma arrojadiza. Un atentado contra nosotros mismos propiciado por políticos deleznables y secundados por “intelectuales” e “historiadores adictos”, buscando nuevamente la división y el enfrentamiento interno, desde la insolidaridad y el resentimiento. Aquella se acuñó en el exterior, ésta última vendría a culminar la ignominia desde dentro. La primera estuvo orquestada por las potencias que buscaban ocupar el lugar de España a cualquier precio. La última por quienes intentan romperla como nación y patria común. Una “historia” que aboca a un tiempo triste, donde según Baroja en la mirada de un hombre que pasa veríamos la mirada de un enemigo.

En algún momento ha podido asomar el fantasma del pesimismo, ante una realidad preocupante, pero España lo aguanta todo. La celebración del Día de la Hispanidad, incluso con los desplantes y gestos ridículos de ciertos personajes o los comportamientos discutibles de algunos asistentes recuerdan, una vez más, la grandeza de un país capaz de alumbrar todo un mundo. Un estilo de vida cimentado en los valores de hombres y mujeres tan extraordinarios como Camoens, Cervantes, Teresa de Jesús, Lope de Vega, Góngora, Calderón y tantos más de todos los lugares de la Tierra, herederos del Gran Capitán, Álvaro de Bazán, Cortés, Colón, Bartolomé Díaz, Vasco de Gama, Magallanes, Elcano. Sintiendo el orgullo de una herencia encarnada en tantos logros como esa relación de enormes literatos de Borges a Vargas Llosa, de Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz a García Márquez … y tantos que se hicieron a sí mismos en la lengua española. Y junto a ellos todos los que antes y después, hasta hoy y siempre, trabajaron y dieron lo mejor de sí mismos por esa Patria, a la que tanto amaron, amamos y seguiremos amando a pesar de todo.

Emilio de Diego. Real Academia de Doctores de España