Opinión

Sánchez: la calle es su espejo

Han sido noticia estos días los abucheos e insultos recibidos por Sánchez con ocasión del desfile de las Fuerzas Armadas. Aunque no es la primera vez que se producen, la magnitud de los mismos en esta ocasión –no insonorizados por TVE– le ha dado un relieve que ha motivado un debate en diferentes instancias, incluso en las propias filas del Gobierno.

Quiero dejar sentada mi opinión claramente contraria a cualquier insulto o vejación en el espacio público dirigida a cualquier persona, que incluye por supuesto a quienes ejercen responsabilidades de cualquier tipo. Pero es oportuno intentar aportar luz a la cuestión en la medida en que estos hechos es más que previsible que se repitan.

La libertad de expresión en el espacio público forma parte de una democracia, siempre que no sea incompatible con otros derechos y libertades amparadas por la ley. Por ello, este debate no tiene lugar en sociedades no democráticas, donde solo cabe el aplauso enfervorizado al líder de turno. No siendo alternativa fácil el imponer silencio a los ciudadanos en la vía publica, lo primero que habría que preguntarse es si Sánchez es el único en recibirlas. La respuesta es evidente: todos los políticos sin excepción reciben muestras de rechazo cuando concurren en la vía publica. Para bien o para mal, suele decirse que es «una carga que va en el cargo». Lo que debería preguntarse Sánchez es por qué concita tanto rechazo cuando se da la ocasión.

Las Fuerzas Armadas de un país encarnan lo que es la Patria y garantizan su orden constitucional, soberanía, integridad territorial e independencia. Pero los socios parlamentarios de Sánchez –los integrantes del «bloque político de la moción de censura» que él ha colocado «en la dirección del Estado»– han sido los primeros en boicotear esta jornada al no suscribir ni uno solo de esos valores y principios. Algunos incluso han sido juzgados, condenados y por él indultados sin expresar arrepentimiento. Otros implantaron en España los «escraches», definidos como «jarabe democrático».

Por si ello fuera poco, que no lo es, debería considerar que muchos ciudadanos se sienten engañados por él, y no solo los que no le votaron. Debería recordar que fue él quien garantizó en vísperas de las elecciones repetidas de 2019, que no pactaría con Podemos porque si no «el 95% de los españoles no dormiría tranquilo». Y que repetiría «si fuera preciso siete veces, que nunca pactaría con Bildu»; y lo que prometió sobre los indultos a los juzgados y condenados del Procés… y así con todo.

Si tuviera presente que ha mentido a los españoles en cuestiones que afectan a la esencia de la Nación española, él y su Gobierno podrían entender el motivo de ese rechazo en un acto que representa todo lo contrario de lo que sus aliados desean y persiguen. Deberían recordar a Quevedo en aquellos versos inspirados por la airada reacción de una anciana que, al mirarse en un espejo, lo rompió malhumorada: «Modificar la cara importa, que el espejo no hay porqué». La calle es su espejo, señor Sánchez.