PSOE
Egos cocidos
Podemos terminará tragando, porque depende de ello para seguir manteniendo algo de pulso político. Incluso el futuro rampante y en solitario de Díaz está sometido a que aquí amaine el temporal
Hay un torrente de egos revueltos desembocando en riña partidaria mientras el jefe contempla el espectáculo desde la tribuna de un poder conciliador que ejerce con majestuosa superioridad. Se cuece el gobierno en su propia contradicción esencial cuando aflora la identidad verdadera de cada cual entre las costuras de la crisis presente. Y podría seguir ejercitando el saludable esfuerzo de la metáfora, porque la situación que vive y refleja el gobierno de Pedro Sánchez da para mucha literatura y palomitas.
Lo cierto es que nunca como hasta ahora había estado en tan claro riesgo la coalición PSOE-UP que sustenta a Pedro Sánchez.
Podríamos analizarlo como el fruto previsible del desgaste de convivencia en un matrimonio que no se ama, ni siquiera se soporta, pero que se necesita; una relación que, tras las buenas palabras, esconde una lejanía que en los momentos difíciles ya no se puede ocultar. Pero es que hasta en esos matrimonios se firman condiciones y se establecen compromisos.
Creíamos que era Iglesias el problema, pero errábamos. De hecho, hasta la serena y contenida Yolanda Díaz ha abrazado la lanza sin adarga aparentemente cansada de promesas de un lado y empujones del otro. Y es que había mar de fondo. ¿Cuál? Lo pactado, lo escrito, lo comprometido en el arreglo de boda política. En el acuerdo de gobierno entre Podemos y el PSOE no solo se contempla -así está escrito- “la derogación de la reforma laboral de 2012″, sino que ambos se comprometen a volver a la prevalencia del convenio sectorial sobre el de cada empresa, que es el asunto mollar sobre el que se levantan las lanzas y se vierte la sangre, políticamente hablando, por supuesto.
Quiero decir que, en sentido estricto, tiene razón la parte de Podemos en el bigobierno en esta materia. Y supongo que por eso ha actuado con esta seguridad hasta el momento la vicepresidenta Díaz, aupada no sólo por Iglesias a la transición, sino por el propio Sánchez a la alternativa. Hoy, ya no sé.
Lo que se firma es sagrado, o ha de serlo, como la palabra dada. Por eso Podemos exige al gobierno que la reforma laboral sea tal y como la soñaron y preparó Díaz, no como parece ser que sugiere Bruselas y piensa Calviño. La decisión final del jefe conciliador no es precisamente la que menos irrita a Podemos: lidera Yolanda la reforma que tenía cerrada, pero a partir de ahora viajan con ella Calviño y otros ministros y ministras afectadas por las normas a reformar o a desactivar.
Podemos terminará tragando, porque depende de ello para seguir manteniendo algo de pulso político. Incluso el futuro rampante y en solitario de Díaz está sometido a que aquí amaine el temporal aunque sea a costa de ceder pese a lo firmado. Además, si no saca adelante esta Reforma Laboral, aunque sea tragando con Calviño y abrazando la presencia de los empresarios, habrá perdido gran parte de su capital político de partida.
Sánchez ha cambiado una vez más de criterio. Bruselas obliga y la fuerza de un empresariado que tiene que estar en el acuerdo, estimula.
Y acordarán. Y amainará. Pero la guerra no habrá terminado. Los egos revueltos y la contradicción en que se cuece el gobierno tienen la sustancia del sistemático piar antisistema de quienes ni asumen la crítica ni reconocen la legitimidad del Poder Judicial.
Pero eso es otra historia y habrá de ser contada en otra ocasión.
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