Opinión
El cuaderno de Chapu Apaolaza: Esqueleto de mujer en la puerta de casa
Sobre la buhardilla en la que escribo, cae una lluvia inquietante y fría como de subida de cinco puntos y medio de la inflación, crisis de superconductores y escalada de los precios de la energía
Notas del 29 de octubre, operación salida del verano y vísperas de Halloween. José Vega dice que no hay nada más cutre que decorar la casa de Móstoles como si se viviera en Wichita, Kansas. Lo cierto es que uno está en ese momento de la vida en que lo mismo le dan ocho que ochenta. En la puerta de casa, las niñas han colgado el esqueleto de una mujer troglodita, un esqueleto de plástico bello, exquisito, intacto como si fuera reciente, casi un esqueleto de simpatizante de Ciudadanos esperando a que Sánchez pactara la vía 221.
Nadia Calviño, última Coca-cola del desierto, estuvo ayer en la radio vestida de blanco-novillero-sin-picadores. Es una mujer inteligente, directa, elegante y simpática. Es cierto que a estas alturas de octubre, ha hecho unos presupuestos como de ir sin medias por Madrid, pero esto pasa porque el Gobierno de mi Españita no ha sacado todavía la ropa de invierno.
Sobre la buhardilla en la que escribo, cae una lluvia inquietante y fría como de subida de cinco puntos y medio de la inflación, crisis de superconductores, escalada de los precios de la energía, revisión de la política monetaria del BCE, caída del consumo de los hogares y sentencia condenatoria contra el PP por las obras de Génova. A esto, Jesús Úbeda lo llama “aneurismas a venir” en su último poemario (‘Estado incivil. Concierto de alcaudones’, Huerga y Fierro). No es pesimismo; acaso un presentimiento de que volverá a nevar en Navidades, un acordarse de que uno guarda una pala y un hornillo en el armario del garaje y una vibración como de sala de máquinas de un buque metanero frente a las costas de Senegal y tripulado con filipinos que sueñan con Teresa Ribera.
Ya se le han enfriado los pies a Garabito en La Mudarra y no se le calentarán hasta mediados de junio. Dice que con los pies fríos no se puede pensar, y añado que tampoco se debería votar. Cuando las cosas van mal -ahora se dice que van ‘regulinchi’-, mi amigo el Petardo se consuela: “Bueno, podría llover”. Lloverán cuarenta días y cuarenta noches, y no tenemos paraguas.
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