Opinión

El hombre no es una «máquina imperfecta»

El transhumanismo –y el posthumanismo como su consecuencia última buscada– es un paradigma cultural que en los actuales tiempos está siendo objeto de un acusado interés por parte de diversas élites económicas, filosóficas, científicas e incluso políticas y espirituales. Es una síntesis de ideología y técnica que tienen en común una concepción del ser humano alejado de cualquier atisbo de espiritualidad y trascendencia y, por supuesto, de cualquier relación con un –para ellos– inexistente dios creador. Se trata, en última instancia, de «autocrear» un ser sin las limitaciones propias de la actual naturaleza humana mortal.

Señala Elena Postigo, directora y profesora del área de Antropología y Biotecnología de la Universidad Francisco de Vitoria —con una larga trayectoria de estudio e investigación en la materia—, que esa ideología pretende «conseguir que el hombre viva más y mejor sin límite»… pero, con acierto, afirma que la cuestión es «si eso hace más feliz al hombre». Es decir, se trata de discernir si la felicidad humana depende solo de carecer de limitaciones genéticas y físicas y, por supuesto, de las económicas que lo posibiliten. Lo cierto es que esto sería buscar una felicidad meramente naturalista, similar a la que pueda experimentar el «buen animal sano».

En el fondo, subyace en los posthumanistas un latente e intenso deseo de inmortalidad, pero conseguido por medio de la ciencia y la técnica. Parecen ignorar que anular la dimensión espiritual del hombre –«varón y mujer los creó»– es convertirlo en una máquina, cual «basura residual» a la que es preciso restaurar, mejorar y perfeccionar. Esa visión del ser humano es compartida por los ideólogos del género, que propugnan la autoconstrucción de una identidad sexual sin referencia alguna a la identificación biológica, por limitar y condicionar la identidad deseada por ese «superhombre». No podían faltar tampoco las razones ideológicas de clase, que aparecen con nitidez en filósofos y políticos que recelan de unas técnicas y tratamientos que solo estarían al alcance de élites económicas y financieras dado su elevado coste, aumentando así las diferencias sociales.

Jürgen Habermas se encuentra destacado en este apartado, que no parece inquietar a las grandes corporaciones de Sylicon Valley y Google, entre otras, que dedican cuantiosos recursos a la investigación en este campo.

Ya el gran sabio, doctor, y santo Agustín de Hipona, converso del maniqueísmo al cristianismo, dejó escrito en su obra «Las Confesiones» una frase histórica al respecto: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti». Esa es la verdad: el hombre no es una mera máquina imperfecta, sino el ser más valioso de la entera Creación.