Pedro Sánchez
La tiranía del relato y un invierno de llamas y virus
Lo importante no es tanto hacer cosas, sino convencer a la clientela de que se van a hacer
Pedro Sánchez, como tantos otros políticos, solo tiene de verdad un objetivo, seguir en el poder. Todo lo demás es secundario. No es nada nuevo. Alexis de Tocqueville, el de «La democracia en América», se lo explicaba a su amigo Eugene Stöffels, en una de las cartas que le envío entre 1821 y 1851: «Los políticos se ciñen cada vez más a sus intereses individuales y lo único que les interesa es mantenerse en el poder». El inquilino de La Moncloa sabe, en parte porque se lo explicó Iván Redondo, que es imprescindible apelar a los sentimientos de los electores y, para eso, la mejor herramienta es «el relato» que, al final, se convierte en tiranía. Lo importante no es tanto hacer cosas, sino convencer a la clientela de que se van a hacer. El intento de buscar una fórmula para, por encima de la Ley de Amnistía de 1977, juzgar los crímenes del franquismo es un ejemplo paradigmático de relato, en este caso para tener más o menos tranquilos a sus socios de Unidas Podemos y a las exigencias de los «indepes» de ERC. La nueva norma, en el caso de que saliera adelante, sería de muy difícil –casi imposible– aplicación, según la mayoría de los juristas, entre otras cosas porque la práctica totalidad de los posibles culpables están muertos. No obstante, tiene el valor, para el Gobierno y sus socios, de mantener abierto el melón de la confrontación guerracivilista anclada en el mantra de la «memoria histórica» que puso en el tablero político Zapatero.
La nueva iniciativa del Gobierno pretende alejar la atención, con un relato muy diferente, de asuntos más incómodos para Sánchez. La realidad es tozuda y, antes o después, las ministras Calviño y Montero tendrán que admitir que sus previsiones presupuestarias ya no sirven, desbordadas por un menor crecimiento y una inflación que quiere ser galopante. El invierno, además, se anuncia envuelto en llamas. Cádiz puede ser un precedente peligroso. El alcalde gaditano, Kichi, en plena huelga de los trabajadores del metal, reclama incendios para que «en Madrid nos escuchen». Puede tener imitadores. Al mismo tiempo, el campo empieza a rebelarse y los transportistas amenazan con desabastecimiento. En La Moncloa intentan mirar hacia otro lado, mantienen su relato, confían en los errores de bulto del PP para seguir en el poder y se afanan, como decía Napoleón, en no distraer al enemigo cuando se equivoca. Mientras, la sexta ola de la pandemia avanza imparable por Europa y quizá alguien olvida que España no es una isla sanitaria, diga lo que diga la tiranía del relato en un invierno de llamas y virus.
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