Opinión

Mi tanqueta preferida

Massiel puede estar tranquila, en unas semanas nadie se acordará de lo que pasó en Cádiz y todo estará olvidado. Porque han bastado unas jornadas de secuestro para forzar y torcer el brazo de la criminal patronal y salir a las calles como vencedores de una nueva batalla contra el capital en la cuna de la libertad. Bravo, han sido unos valientes, podrán decir las azoradas madres y esposas que han visto cómo sus mejores hombres se han jugado el pellejo para defender sus puestos de trabajo. Nunca se puso sobre la mesa nada de eso pero sí una revisión salarial, de un 2% anual, y la vigencia del convenio colectivo para los próximos tres años. Nada extraordinario si se compara con las reivindicaciones de otros sectores productivos, pero estos hacen menos ruido. Lo que se ha visto en Cádiz en estos diez días ha tenido más que ver con el chantaje y la violencia gratuita que con una discusión laboral. El primero el alcalde, Kichi, y luego los propios trabajadores, que han vuelto, una vez más, a utilizar los tópicos de la pobreza atávica, los niños en los colegios muertos de miedo y el dolor de la gente del metal en la Bahía para ganar en la pantalla frente a los malos de la porra. Parecía que estábamos en el Falla, escuchando amodorrantes pasodobles. De paso le sacaron los colores al ala más moderada del Gobierno por la utilización de una tanqueta. Había que montar una «intifada», con todo el oropel de capuchas, antifaces, tirachinas y hogueras.¡Vivan los héroes, vivan los «currelas» del metal! Al final ha habido negociación y es lo más importante para todos, pero ¿quién se hace cargo de los daños y los perjuicios ocasionados? Seguramente los mismos de siempre, los contribuyentes, porque ya dijo Carmen Calvo que el dinero público no era de nadie. Massiel puede estar tranquila, porque dentro de poco la única tanqueta que quedará en la memoria de todos será, como siempre, ella, la Tanqueta de Leganitos, que pasó por encima de Cliff Richard en el Royal Albert Hall hace más de cincuenta años.