Coronavirus
Lo que duran dos años
La vida se precipita y nos enseña que, en realidad, es el tiempo el encargado de elegir sus propios ritmos, de medirse, ajeno a nuestros estereotipados criterios para acotarlo
A veces los periodistas tenemos maneras muy curiosas de medir el tiempo. A los criterios generales, de días, meses y años, superponemos otros. Una excentricidad cualquiera que nos permite ir contando efemérides, aniversarios, periodos entre juegos olímpicos, mundiales, lo que va de una legislatura a la siguiente o, incluso, nos recreamos en balances cuando se alcanza alguno de sus ecuadores. Y en esas estamos. Se cumplen dos años de aquel enero de 2020 en el que nos lanzamos al juego de las predicciones con la formación («in extremis») del primer gobierno de coalición de nuestra democracia: sería un ejecutivo difícil, resultaría complicado encajar personalidades, programas y visiones divergentes, una unión más por necesidad que por convicción, la inestabilidad de la vida política se ahondaría, la moderación iría quedando huérfana, habría extremos más endurecidos y acuerdos cada vez más forzados, más dopados. Hasta aquí la versión previsible de aquellos augurios. La increíble (nivel «No mires arriba»), la que demostró que los pronósticos son un exceso de osadía que no traspasa el umbral de la evidencia, esa, nos encontró desprevenidos. Entramos, con la llegada del coronavirus, en terreno desconocido y, en este tiempo, nuestro mundo se ha congelado en confinamientos y distancias, sí, pero se ha acelerado, paradójicamente, en casi todo lo demás: el impulso digital, las formas más flexibles de relacionarnos, la capacidad de adaptación de mayores y niños (y medianos), la investigación, las vacunas y hasta las últimas mutaciones del virus que diseminan explosivamente sus contagios. La vida se precipita y nos enseña que, en realidad, es el tiempo el encargado de elegir sus propios ritmos, de medirse, ajeno a nuestros estereotipados criterios para acotarlo y así nos enfrentamos ahora a la incógnita de si esta mitad de legislatura que comienza se ceñirá a durar los dos años de rigor o volverá a apresurarse para ser, de nuevo, otra eternidad.
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