ETA

La AVT, un grupo de valientes

Para situar la actual realidad de las víctimas, gracias a la impresionante labor de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, es necesario retroceder en el tiempo y narrar lo que ocurría antes de que esta gran entidad pusiera bastón en tierra y se propusiera, y lograra, acabar con una situación tan injusta, como inhumana.

Contarlo todo no cabe en este artículo, por lo que me quedaré en un hecho concreto que dibuja con claridad aquella situación y que afecta a nuestra presidenta, Maite Araluce, y a mi propia familia, que entonces vivía en San Sebastián, ciudad de tuvimos que abandonar obligados por ETA.

Fue el 4 de octubre de aquel año cuando un “comando” de la banda criminal asesinó a Juan María de Araluce Villar, presidente de la Diputación de Guipúzcoa, consejero del Reino y procurador en Cortes; a su conductor, José María Elícegui; y a los policías nacionales de su escolta Alfredo García González, Antonio Palomo Pérez y Luis Francisco Sanz Flores. Los terroristas dispararon con sus ametralladores, en aquella vil acción, hasta cien proyectiles (tal era la saña con que se empleaban) y acabaron con la vida de los cinco.

San Sebastián, como el resto del País Vasco, vivía entonces bajo el manto del miedo, algo que pude comprobar cuando, como enviado especial de Eupa Press (yo ya trabajaba en Madrid) viajé a la capital donostiarra y vi lo que vi, y viví lo que viví. Aclaro que los donostiarras no son cobardes y, cuando les dejaron votar libremente, lo hicieron en la persona de mi amigo Gregorio Ordóñez; y por eso lo mataron, como a tantos.

Volviendo a 1976. Las capillas ardientes y los funerales se celebraron dentro de ese ambiente de miedo. Mi padre, que era director del periódico “La Voz de España” asistió al de don Juan María y, sabiéndose amenazado por ETA, lo hizo de manera que su presencia quedara patente, como probablemente recordarán algunos. Apreciaba a Araluce.

Me acerqué por la capilla ardiente de los policías y, créanme, sentí rabia, desolación y una profunda tristeza. Allí estaban los tres féretros, sus deudos, sus compañeros...y poco más. Una terrible sensación de soledad, de falta de empatía ciudadana, de miedo, en una palabra. Me contaron después que en el funeral de Elícegui ocurrió otro tanto de lo mismo.

El comisario provincial era entonces un buen amigo, Manuel Ballesteros, el gran experto antiterrorista ya fallecido y le pregunté: “¿Ha venido mucha gente por aquí a rendir homenaje?”. “Tú”, fue su respuesta lacónica para simbolizar esa soledad, ese miedo, esa falta de empatía hacia las víctimas. Es obvio que había acudido más gente, pero me quiso transmitir con acierto la imagen de soledad con la que se quedaban los que perdían la vida por España. Después de los funerales, se les llevaba a sus lugares de origen; se les enterraba (allí sí estaba el apoyo incondicional de los buenos españoles) y a sus familias les quedaba una pensión insuficiente y, a los pocos días, el olvido general.

En el periódico que dirigía mi padre se había publicado, poco antes del asesinato de Araluce, una verdad que hoy nadie discute; que la muerte del etarra Eduardo Moreno, “Pertur”, había sido un ajuste de cuenta entre ellos. No se lo perdonaron. Quemaron furgonetas de distribución del diario, amenazaban a los quiosqueros... Llegaron al extremo de negar a mi pobre madre, que no se pueden imaginar lo que sufrió, la venta de determinados productos en las tiendas...hasta el pan. Después, tuvieron que salir de San Sebastián. Antes, lo había hecho mi padre, acompañado de mi hermana pequeña. En la estación de Chamartín, a donde llegó escoltado por la Guardia Civil, estaba sólo yo. Nadie de la cadena de periódicos a la que pertenecía. De nuevo la soledad. Mi padre no volvió a ser el mismo, era una víctima más de ETA.

He contado esto, personalizándolo en nuestra presidenta y en mi familia, para destacar cómo han cambiado las cosas desde entonces, aunque queda mucho por hacer. Y eso ha sido, en gran parte, gracias a la AVT, que ahora hace 40 años dijo aquello de “hasta aquí hemos llegado”. Y un grupo de valientes, al principio con su sólo esfuerzo, se puso en manos a la obra.

Los conocí al comienzo de estos 35 años, justo la mitad de mi vida, que he dedicado a la información contraterrorista, primero en ABC y ahora en LA RAZÓN. En el restaurante de un hotel de la calle Miguel Ángel de Madrid, ya desaparecido. Estaban ellos, pero estaban solos. Representaban a un sector de la sociedad que había dado lo más importante, su vida, por defender la unidad de España y la Patria los tenía abandonados. Falta de apoyo, pensiones insuficientes, falta de cobro de las indemnizaciones que marcaba la ley (los etarras eran siempre insolventes), ignorancia de los estamentos oficiales...y un largo etcétera. Como ante el féretro de los agentes de San Sebastián, sentí rabia, pero, a la vez, alegría y orgullo de conocer a unas personas tan valiosas y tan valientes. Les ofrecí, en nombre de ABC, todo nuestro apoyo y cumplimos nuestro compromiso en la medida de nuestras fuerzas. Y seguimos con lo mismo en LA RAZÓN. La AVT, paso a paso, logró invertir aquella situación injusta en la que vivían las víctimas y se han logrado muchas, muchas cosas, pero aún queda por andar un largo camino hasta lograr todos los objetivos, en especial el de conocer la autoría concreta de los cientos de crímenes cometidos por ETA que siguen pendientes de tan importante resolución judicial. Gracias a la AVT por lo que ha hecho: adelante, lo vamos a conseguir.

(Publicado en la revista de la AVT de este mes, con motivo de su 40 aniversario)